viernes, 30 de abril de 2010

Flores desde el garaje

Floresfrescas.com reinventa el negocio de las floristerías con su estrategia de precios bajos
Desde un garaje de Madrid, sin intermediarios y con una oferta basada en una única flor por semana, Floresfrescas.com ha creado una estructura de floristería low cost para distribuir flores frescas a los precios más bajos del mercado. Cada año reparte más de 20.000 ramos por toda España.
Pilar Alcázar / emprendedores.es

Romper barreras y esquemas. Esa ha sido la filosofía que ha guiado desde el principio el comercio on line Floresfrescas.com. La empresa es el producto de una idea surgida en una reunión de amigos, cuando “uno de ellos se quejó de lo poco que duran las flores frescas en casa y, como buenos emprendedores que son todos ellos, se pusieron a pensar cómo se podría cambiar esa tendencia”, explica Victoria Sánchez-Ramos, directora de la empresa.

El problema de la duración de las flores lo resolvieron comprando un producto aún sin florecer. Y eso les llevó a pensar en un modelo de negocio basado en la flor de temporada. Pero no flores que se puedan comprar en cualquier esquina, como los claveles, sino algo más exótico y difícil de encontrar como las amaryllis de Chile.
Entre esos amigos que ahora son socios está Bernardo Hernández, principal accionista del negocio y actual director de Márketing de Google España, Ignacio Gutiérrez, Fernando Encinar (fundador de Idealista.com), Carlos Alonso... Todos expertos en negocios on line, pero sin experiencia en el mercado de las flores. Quizás por eso de que son emprendedores del mundo de la tecnología, decidieron crear su negocio de flores en un garaje. Un local sencillo, pero clave para una empresa que aspira a ahorrar el máximo en costes para ser una floristería low cost. “Aparte de la explotación de todas las ventajas que tiene el mundo on line para noso-tros, porque nos permite eliminar intermediarios, hemos creado una estructura interna con una base muy sólida para reducir costes y revertir ese ahorro en el precio final. Un producto de la misma calidad que el nuestro cuesta en otras webs dos o tres veces más”, explica la responsable de la empresa.

CREAR SU PROPIO MERCADO
Pero, sobre todo, han roto esquemas a la hora de interpretar el mercado. “La Unión Europea es el mayor consumidor de flor cortada del mundo, pero en España hay falta de tradición. El consumo per cápita de flores en nuestro país es de nueve euros, frente a los 65 de Holanda, 55 de Suiza... Ese dato puede parecer desalentador, pero a nosotros es lo que nos da fuerza. Al final, si le das la vuelta, lo que te dice es que hay mucho mercado por abrir en España”, comenta Sánchez-Ramos.

En definitiva, hay que crear hábito de consumo y evitar la estacionalidad. Ahí es donde se ha sustentado toda la estrategia de negocio de Flores Frescas y que se puede resumir en dos ideas: en primer lugar, creando un servicio de suscripción, como el de cualquier revista, para acostumbrar al cliente a consumir flores de forma habitual y, en segundo lugar, poniendo precios al alcance de todos. Y en ese objetivo un negocio por Internet (lo que mejor conocen sus socios) encajaba a las mil maravillas.

DESPACIO Y SOBRESEGURO
Puestos a crear un modelo low cost en un mercado en el que todavía no se había aplicado esta idea, sus responsables han ido testando el producto y el mercado primero funcionando exclusivamente en Madrid, para ver la respuesta del público y limar el concepto. Ahora cubren toda España, excepto Canarias y Baleares, “porque los costes de aduanas encarecerían el envío y se rompería la filosofía de nuestra empresa. No llegarían ni tan frescas ni podríamos venderlas a tan buen precio”, asegura Sánchez-Ramos.

Estrategia
Como cualquier negocio low cost, para ofrecer precios bajos hay que diseñar una estructura de costes absolutamente espartana. En el caso de Flores Frescas, lo han conseguido trabajando cinco ideas claves.
1/ Oferta básica.
La flor de la semana es la clave para que el negocio tenga sentido. Al comprar una única flor, se hacen grandes pedidos y se consiguen mejores precios. “Si una floristería normal tiene entre 50 y 60 referencias, nosotros sólo tenemos tres: la flor de la semana, las rosas tradicionales y un ramo mixto. El concepto de flor de la semana nos permite comprar grandes volúmenes y conseguir economías de escala. En lugar de sacar mucho margen de cada ramo, sacamos muchos poquitos de muchos ramos. Pero no aburrimos al cliente. Ofrecemos 30 o 40 tipos de flores distintas en total cada año”, explica Victoria Sánchez-Ramos.

2/ Sin intermediarios.
“Esta oferta básica nos permite también eliminar a los intermediarios. En los negocios de venta de flores por Internet lo habitual es tener una red de floristerías asociadas, a las que se le encarga el ramo del cliente en función de su localización geográfica. Nosotros enviamos todo desde este garaje. Ahorramos tiempo y dinero en la cadena de distribución”, continúa la directora de la empresa.

3/ Venta por suscripciones.
Su producto estrella es la compra de flores por suscripción, que cuesta 18 euros por ramo, incluido transporte e IVA y que puede ser semanal o mensual. Empezaron ofreciendo sólo este tipo de precio para conocer al cliente, ajustar las compras y evitar stocks. Ahora representa el 60% de sus ventas. Las suscripciones, además, encajan a la perfección en su política de precios claros: todos los precios que aparecen en su web incluyen ya el IVA y el transporte, para que el cliente sepa desde el primer momento el coste final del envío.

4/ Packaging sencillo.
Aunque el cliente puede solicitar más añadidos a sus flores, el básico para el mejor precio es un sencillo cartón que envuelve la flor para ahorrar costes innecesarios. Sencillo, pero no por eso cutre o de baja calidad. Los ramos llegan acompañados de una hoja explicativa sobre los orígenes de la flor y la forma de cuidarla para que dure más.

5/ Conocimiento de Internet.
Es la quinta pata de cualquier negocio low cost: una explotación intensiva y sin grandes inversiones de la web. Están en las redes sociales y destinan parte de sus recursos a marketing on line y SEO, pero su éxito se ha basado fundamentalmente en el boca-oreja. “Hemos empezado a invertir en márketing ahora. Antes, todo el que ha llamado a nuestra puerta ha sido a través de un conocido, al final el boca-oreja es lo que funciona. Es más lento, pero funciona. No podemos competir en márketing con las grandes empresas”, explica Victoria Sánchez-Ramos. Tan seguros están de su oferta, que cuando empezaron a operar no dudaron en incluir en su propia web links de la competencia para demostrar a sus potenciales clientes que realmente son los más baratos. Y si algo ayuda a caer en gracia a los internautas, es precisamente la transparencia.

España roza los 47 millones de habitantes, según el padrón

Cinco Días - Madrid - 30/04/2010
El ritmo de crecimiento de la población extranjera empadronada en España cayó en 2009 hasta apenas un 1,1%, con 60.269 nuevos ciudadanos inscritos, la cifra más baja de los últimos años, según los datos provisionales del Padrón Municipal actualizados a 1 de enero de 2010 publicados ayer por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Al acabar 2009, en España figuraban 46.951.532 personas empadronadas, un 0,4% más que el año anterior. El 12,2% de estos inscritos son extranjeros, que aumentaron un 1,1% en 2009.

jueves, 29 de abril de 2010

Kioto da un toque ambiental a la construcción española

Publicado el 29-04-2010 , por R. Ruiz / Expansion.com
Los años de crecimiento exponencial en el parque de viviendas han dejado una huella difícil de borrar. Se trata de su modelo de construcción, basado en la urgencia en los plazos de entrega, en detrimento de elementos como la calidad y eficiencia energética de estos edificios.

Ahora, en plena caída de las cifras de construcción, el sector inmobiliario se enfrenta al complejo desafío de cambiar esta tendencia.

La mejora de la sostenibilidad de los edificios se enmarca dentro de una estrategia global, en donde lograr una mayor independencia energética respecto a los mercados tradicionales de abastecimiento y reducir el consumo de los edificios se erigen como los objetivos prioritarios. “Si España no actúa de forma más eficiente en los edificios ya construidos, no se podrá cumplir con los compromisos del Protocolo de Kioto, ni, por supuesto, los fijados para 2020 y 2050”, augura Luis Álvarez-Unde, director general del Green Building Council (GBC).

El parque actual de viviendas en España genera un elevado consumo energético
La necesidad de limitar las emisiones de dióxido de carbono (CO2) e impulsar el uso de nuevas energías limpias choca con el modelo de construcción, basado en una fórmula ya obsoleta y cuya reforma se ha marcado en el calendario gubernamental. “El sector de la edificación ha incrementado en los últimos años de forma importante, el consumo energético. A partir de 1996, ha habido un enorme crecimiento en el parque residencial, con un aumento de las emisiones de CO2”, asegura el director de GBC.

“Los cambios de estándares de vida se han vinculado a un mayor consumo energético”, añade. “La arquitectura responsable es una respuesta frente a una cultura del exceso en la que hemos vivido en los últimos 60 años”, apunta, por su parte, Paloma Sobrini, decano del Colegio de Arquitectos de Madrid.

Estos excesos han dejado una pesada losa en materia medioambiental. “En España, la intensidad energética –relación entre el consumo de energía y el PIB– en 1996 era un 6% menor que la media europea y, diez años después, se situaba un 14% por encima de este índice. No es que nos convirtiéramos en unos derrochadores, sino que el resto ya comenzó a aplicar medidas de eficiencia energética”, subraya David Lázaro, director de Ingeniería y Sostenibilidad de CB Richard Ellis.

Regulación
Hasta la fecha, se han aprobado varias normativas, a nivel europeo, nacional y autonómico, para reducir el consumo de las viviendas. Sin embargo, los resultados son dispares. “La normativa europea vigente EPBD no ha sido traspuesta de forma igualitaria en todos los países”, reconoce Javier Serra, subdirector general de Innovación y Calidad de la Edificación del Ministerio de Vivienda y uno de los ponentes de la conferencia Eficiencia energética en la edificación, organizada por Unidad Editorial Conferencias y Formación.

Entre las últimas iniciativas públicas llevadas a cabo en España, destacan varias de carácter eminentemente sectorial: el plan de activación de la eficiencia energética en los edificios de la Administración General del Estado y la creación de un nuevo contrato de colaboración público privado con las empresas de servicios energéticos (ESE).

Si las medidas se aplican desde el inicio del proyecto, no suponen un sobrecoste
La propuesta tiene una doble vertiente: por un lado, servir de ejemplo al renovar 330 complejos de edificios propiedad de la Administración General del Estado y lograr, en 2016, reducir un 20% el consumo energético de los edificios públicos; y, por otro, impulsar la puesta en marcha de empresas de servicios energéticos a través de un contrato de colaboración público privado, que permite acometer estos proyectos sin que la Administración realice grandes desembolsos iniciales para reformar el parque de edificios existente.

Promoción
Dentro de las medidas a implantar en la nueva construcción, los expertos no dudan en señalar que la eficiencia energética debe ser valorada desde el inicio del proyecto. “Con poca inversión, se pueden obtener grandes ahorro”, señala Álvarez-Unde. Las medidas de ahorro energético “no tienen que ser una capa que se pasa al final de la construcción, sino un modo de hacer arquitectura desde el principio del proyecto”, apunta Paloma Sobrini.

La implantación de medidas que permitan edificar inmuebles con un consumo energético mínimo no deben requerir un sobrecoste, sino que, al contrario, pueden permitir un ahorro tanto para el promotor como para el cliente final. “Lo que no es barato es la adaptación; si lo haces desde el principio, teniendo en cuenta estas cuestiones desde el diseño del proyecto, pueden permitir ahorros del 20%, 30% hasta el 40%”, subraya el responsable de CB Richard Ellis.

El diseño juega un papel fundamental a la hora de lograr que estos edificios sean calificados como sostenibles. Medidas tan básicas como tener en cuenta la orientación del inmueble o la situación en la zona geográfica ya suponen un primer gran paso para lograr que consuman menos. Además, los materiales utilizados son otra poderosa herramienta. “Un correcto aislamiento térmico permitiría reducir el consumo energético y las emisiones de CO2 de los edificios hasta un 50%”, subraya Luis Mateo, director general de Asociación Nacional de Fabricantes de Materiales Aislantes, en el encuentro de Unidad Editorial Conferencias y Formación.

La normativa
- La directiva europea establece un mínimo de rendimiento energético para los edificios, certificaciones que acrediten el cumplimiento normativo e inspecciones periódicas obligatorias.

- El plan estatal de Vivienda y Rehabilitación, vigente de 2009 a 2012 ofrece ayudas a las comunidades de vecinos para reformar sus edificios y hacerlos más sostenibles a través del Plan Renove.

- Recientemente, el Gobierno aprobó el Plan de Activación de la Eficiencia Energética en los Edificios de la Administración General del Estado, para reducir un 20% el consumo de energía de 330 edificios públicos en 2015.

De campañas de sensibilización a concursos de casas solares
El Ministerio de Vivienda ha puesto en marcha varias iniciativas con el objetivo de fomentar la construcción de nuevos inmuebles eficientes energéticamente y de mejorar los ya existentes.

Planes de acción, trasposiciones de normativas europeas e incentivos para la mejora de la eficiencia energética han sido aprobados en los últimos años siguiendo la corriente de una mayor conciencia medioambiental por la que apuesta la sociedad del siglo XXI.

“Trabajamos en la sensibilización de la sociedad a través de campañas o concursos como el Solar Decathlon Europe”, subraya Javier Serra, del Ministerio de Vivienda. Estos planes se conjugan con otras iniciativas, de carácter más social, que buscan insistir en la idea de que sea el propio usuario el que se decante por los productos que mejoren la eficiencia energética de los inmuebles. “Ahora mismo, la gente no elige; nadie se plantea si el producto que compra tiene en cuenta la variable medioambiental; se mira sólo el precio o elcolor”, recalca David Lázaro.

“Es necesaria la concienciación a todos los niveles, particularmente la de los usuarios, para que se demanden edificios poco consumidores”, añade Mateo. Entre las que más apoyo institucional han generado, destaca la competición internacional Solar Decathlon Europe, un evento que se celebra el próximo mes de junio en Madrid y cuya celebración se traslada por primera vez de Estados Unidos a la capital española. El evento trata de premiar a la mejor casa solar creada por equipos de universidades de todo el mundo, entre ellas, ocho españolas.

miércoles, 28 de abril de 2010

Una estrategia de alianzas permite a las pymes multiplicar su capacidad de ampliar mercados

Empresas mezcladas
Para crecer, para vender más, para salir al extranjero, para entrar en otros mercados… Entre las pequeñas y medianas empresas, la cooperación se ha convertido en la mejor manera de solventar la crisis económica.
Isabel G. Méndez / Emprendedores.es

En esto de las alianzas hay un mucho de análisis riguroso y un muy poquito de corazón, pero aún en escasas dosis, el feeling debe estar presente. No en vano esta forma de unión empresarial tiene un componente de confianza fundamental.
Si tu futuro socio no te da buena espina lo mejor es que busques otro aliado. Y, antes de afrontar una alianza del tipo que sea, existe un paso fundamental que es el de estudiar objetivamente tu propio modelo de negocio. Como comenta Ignacio de la Vega, director del Centro Internacional de Gestión Emprendedora del IE Business School, “debes estudiar fríamente qué haces y cómo, las necesidades de producción y de distribución así como el segmento de clientes al que te diriges. Al realizar este estudio es cuando tienes que detectar en qué momento de tu cadena de valor necesitas un aliado”.

Para Pascual Berrona, profesor del Departamento de Gestión Estratégica del IESE, “la alianza por la alianza nunca es la solución, porque está en peligro tu imagen, tu know how, tu fortaleza. Debes ser muy crítico a la hora de preguntarte: ¿Esto lo puedo hacer sólo? ¿Por qué necesito un socio?” Y ya cuando te hayas hecho el análisis, será cuando tengas que buscar a tu compañero ideal. Para ello ten en cuenta los siguientes puntos:

Su complementariedad y su afinidad: el socio que seleccionemos tiene que ofrecernos ese valor añadido que buscamos: marca, canales de distribución, productos, mercados… Es decir, debe complementarnos. Pero, además, es fundamental que sea afin a nosotros en cuanto a cultura, métodos de trabajo, objetivos, visión.
Su viabilidad, solvencia y calidad. No olvidemos que cuando nos presentamos ante un cliente ofreciendo un proyecto global, respondemos con nuestra propia imagen de la calidad del servicio que le ofrece nuestro socio. Por eso hay que vigilar muy bien la calidad y solvencia del potencial aliado.
Su credibilidad en el mercado. Estudia sus antecedentes, infórmate sobre él, analiza su histórico.

Y una vez determinada su idoneidad, toma ciertas precauciones:

Que la alianza busque el beneficio mutuo. las dos partes tienen que beneficiarse por igual del know how, de los productos y de los servicios del otro.
Que sea transparente. Fija por escrito todos los aspectos relacionados con la cooperación: reparto de costes y cargas, confidencialidad, reparto de beneficios, establecimiento de márgenes, obligaciones de cada parte y, sobre todo, a quién acudir en caso de desacuerdo (órgano mediador, arbitraje).
Que se dé en el momento adecuado. Puedes anticiparte a las necesidades del cliente y buscar el aliado al detectar alguna potencial mejoría de tu oferta, pero lo ideal es hacerlo cuando ya tienes una necesidad real, porque te hace más atractivo ante futuros socios.
Que sea igual de fuerte. Lo ideal es que ambas partes tengan la misma posición de fuerza: si nuestro socio es muy débil, perjudicará nuestro propio prestigio, si es muy fuerte, acabará absorbiéndonos.

Cómo establecer las alianzas: para ahora, para siempre, puntualmente
Para qué mezclarse
Para crecer, para vender más, para salir al extranjero, para entrar en otros mercados… Entre las pequeñas y medianas empresas, la cooperación se ha convertido en la mejor manera de solventar la crisis económica.
Las alianzas que puedes realizar varían en función de la temporalidad y de la implicación patrimonial. Así, pueden ser:

Temporales. Son las llamadas UTE, en las que varias empresas se unen para afrontar un proyecto. Suele utilizarse para presentarse a grandes concursos públicos.
Permanentes. Cuando dos empresas establecen una alianza de forma permanente en toda la cadena de valor o en una parte de ella. Eso es lo que hacen, por ejemplo, en Blusens donde tienen establecidas diferentes alianzas permanentes: en la producción del dispositivo blue tooth, en la distribución....
Estratégicas. Aunque la terminología empresarial tiende a asignar esta denominación a casi todas las alianzas, lo cierto es que estrictamente es aquella que une a dos o más empresas que son competidoras entre sí para desarrollar un proyecto común. Un ejemplo serían los clusters, las centrales de compra o los grupos profesionales.
Puntuales. A diferencia de las UTE, las uniones puntuales son aquéllas en las que dos o tres pymes tienen establecidos acuerdos en determinadas áreas, de manera que cuando un cliente les pide ese complemento de actividad inmediatamente se pone en marcha la alianza. l Consorcios. Dos o más empresas se unen para desarrollar un proyecto en un plazo de tiempo determinado y cada entidad mantiene su naturaleza jurídica. La principal diferencia con la UTE es que en ésta la responsabilidad de los asociados se prorratea en función del porcentaje de participación, mientras que en el consorcio todos los integrantes responden solidariamente.
Joint venture: puede ser de dos tipos: contractual o equity. En la primera, se establece una comunidad de intereses, pero sin darle naturaleza jurídica. En la equity, se crea una tercera sociedad participada por las que se unen y que tiene su propia naturaleza jurídica. En ambos casos los asociados responden solidariamente.
Co-branding: es la unión de dos marcas para obtener un beneficio. Se puede dar en producto (tanto creando uno nuevo o como alojador de otras marcas), en tarjetas de compra o de crédito (tarjetas de fidelización) y el co-branding en Internet (los banners y los partners).



Sí quiero, pero por escrito
A pesar de las grandes y evidentes ventajas que tienen las alianzas para las pymes, son pocas las que tienen éxito en el medio plazo. La razón: el tarareado ¿quién puso más? “Es habitual en este tipo de acuerdos que una de las dos partes sienta que ha puesto más y no está siendo recompensado por ello”, avisa Berrona. Para evitarlo, lo mejor es analizar con calma todos los aspectos relativos al acuerdo, especialmente al reparto de costes y beneficios, y establecer todas las cláusulas por escrito. Te explicamos las formas más habituales bajo las que se suscriben las alianzas:

Acuerdos privados. Elevado o no a escritura pública. Deben recogerse todos los aspectos relacionados con la relación: obligaciones, aportaciones, limitaciones…
Intercambio de acciones. Se suele establecer esta forma cuando se trata de alianzas estratégicas o permanentes en las que se tiene un objetivo más global que un proyecto específico. La fusión y la absorción sería la expresión última de esta posibilidad.
En forma de sociedad. Ésta fórmula es la que aplica en las joint ventures. La nueva sociedad tendría sus propios estatutos y su propio consejo de administración.
Acuerdo verbal: son las alianzas menos formales.

La tasa de paro supera el 20%

El Gobierno afirma que el desempleo ha tocado techo en el primer trimestre - Los datos de la EPA se conocen antes de lo previsto por un error informático
M. V. G. - Madrid - 28/04/2010
El paro ha alcanzado un nivel alarmante. "Excesivamente alto", admitió ayer el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el Senado. En España, uno de cada cinco personas que quiere trabajar no puede hacerlo. El desempleo ha superado ligeramente el 20% en el primer trimestre del año.

El paro ha alcanzado un nivel alarmante. "Excesivamente alto", admitió ayer el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el Senado. En España, uno de cada cinco personas que quiere trabajar no puede hacerlo. El desempleo ha superado ligeramente el 20% en el primer trimestre del año. En total, hay 4,6 millones de personas sin trabajo. Unos datos dramáticos que en esta ocasión se han conocido a través de un sainete.

Por un error informático, el pasado lunes quedaron expuestos al público durante apenas unos minutos en la página web del Instituto Nacional de Estadística (INE). Poco tiempo pero suficiente para que el diario Abc se percatara del agujero y los recogiera en su edición de ayer.

El calendario del INE tenía marcado en rojo el próximo viernes. Se iba a publicar la Encuesta de Población Activa, la mejor radiografía del mercado laboral español. Pero el fallo del lunes adelantó los datos básicos. El instituto público ha admitido el error ("algunos datos de esta encuesta estuvieron temporalmente visibles", dijo en una nota) sin querer confirmar la exactitud de los mismos y ha vuelto a sus previsiones iniciales. "Los resultados se publicarán el próximo viernes 30 de abril, de acuerdo con el calendario previsto" cuando concluya "su habitual proceso de validación", finaliza el comunicado oficial.

Pero hacer como que no ha pasado nada, no basta. Las cifras conocidas son las más relevantes y confirman que el hundimiento del mercado laboral español no encuentra suelo. Se sigue destruyendo empleo. En el primer trimestre cayeron 251.700 puestos de trabajo. En dos años largos de crisis ya se han perdido más de dos millones de empleos y el número de personas ocupadas ha caído hasta los 18.394.200.

Las peores previsiones han vuelto a confirmarse. El indicador que elaboran en AFI y Agett (la patronal de las grandes empresas de trabajo temporal) apuntaba una tasa de paro del 19,9%, una décima menos que la, por el momento, oficiosa. También los escenarios más lúgubres que maneja el Gobierno contemplaban este escenario en algún momento puntual de 2010, como ha admitido la vicepresidenta segunda y ministra de Economía, Elena Salgado, en alguna ocasión.

"Es un muy mal dato", resume contundente y sorprendido Valeriano Gómez, ex secretario general de Empleo, "esperaba que hubiera menos destrucción de empleo".

Pero el panorama podría ser incluso peor. En 2000 la EPA sufrió un cambio metodológico. Según los parámetros antiguos, el paro alcanzó su nivel más alto en 1993, cuando llegó al 24,5%. De haberse calculado con las reglas actuales, entonces la tasa habría quedado en el 18,2%, apunta el Banco de España. Por lo que no es difícil concluir que el paro actual podría situarse incluso por encima de aquel dato histórico.

Con ser malo, el primer trimestre de 2010 no lo sido tanto como lo fue el año pasado. Y a esto se agarró el vicepresidente tercero, Manuel Chaves, para afirmar que los datos del pasado trimestre "van a suponer el techo del desempleo". Zapatero fue más allá. Tiró mano de su "optimismo antropológico" para mostrar su confianza en que en abril empiece a bajar ese nivel de paro "excesivamente alto".

Parte de lo que ha sucedido en el primer trimestre se debe a la población activa (las personas en edad y disposición de trabajar). Ha vuelto a sorprender. Después de varios trimestres a la baja, a comienzos de 2010 ha subido. Ha superado de nuevo de los 23 millones de personas. "Era de esperar que la población activa volviera a subir", apunta José Antonio Herce, de AFI, "hay miles de trabajadores desanimados que han dejado de buscar trabajo y esperan a la más mínima señal para volver al mercado laboral".

Pero esta evolución no lleva a los expertos a concluir que España vaya a llegar a los cinco millones de parados. "No los veo", zanja Herce. En su opinión, en los dos próximos trimestres -un periodo tradicionalmente bueno para el mercado laboral español- la tendencia se invertirá. También Gómez confía en el futuro más inmediato. Dicho de otra forma, para ambos el suelo del mercado laboral ha llegado, si bien con una incógnita ¿Qué sucederá a final de año, una época siempre mala para el empleo?

Los pocos datos que han trascendido hasta el momento son suficientes para confirmar que el paro y la destrucción de empleo sigue atacando preferentemente a los jóvenes. El paro entre los menores de 25 años ha llegado al 40,9%.

Por comunidades, el paro aumenta en todas en el primer trimestre salvo en el País Vasco, Ceuta y Melilla. La tasa aumenta en más de dos puntos en Baleares, Galicia, Castilla-La Mancha, Asturias y Extremadura. En el archipiélago mediterráneo ha pasado del 19,5% al 22,4%. En cambio, en números absolutos es en Madrid en la región que más se ha notado el aumento del desempleo, pues se cuentan 53.900 parados más. Canarias y Andalucía superan ya el 27% de paro.

El análisis por sectores demuestra que el desplome de la construcción continúa. Ha sido el sector que más puestos de trabajo ha destruido. Los casi 140.000 de esta vez se suman a los ya engullidos para sumar un total de 1,1 millones. Nada de lo sucedido en el mercado laboral durante la crisis puede explicarse sin el pinchazo de la burbuja inmobiliaria.


© EDICIONES EL PAÍS S.L.

martes, 27 de abril de 2010

IRPF 2009

¿Sabes hacer la declaración de la Renta? Este vídeo te enseña


España está a la cola de la OCDE en productividad

Publicado el 27-04-2010 , por Expansión.com
La productividad de la economía española cosechó un crecimiento medio anual del 1,6% entre 2000 y 2008, frente al incremento medio del 0,7% entre 1995 y 2000, si bien continúa a la cola de los países más industrializados, según recoge el Instituto de Estudios Económicos (IEE) a partir del Instituto de la Economía Alemana.

En concreto, España ocupa la tercera peor evolución de la productividad entre 2000 y 2008 de los 22 países analizados, sólo por encima de Canadá (0,8%) e Italia (0,1%), informa Europa Press. República Eslovaca (11,1%) se alzó como la economía más productiva en el periodo analizado, seguida de Lituania (7,7%), Estonia (7,5%), Corea del Sur (7,4%) y la República Checa (7,1%).

Por su parte, Finlandia alcanza un crecimiento medio del 6,2%, mientras que Suecia y Hungría comparten un 4,8%. EE.UU incrementó su productividad a una tasa anual media del 4,6%, en tanto que Reino Unido y Austria se sitúan alrededor del 3,5%. Japón y Alemania registraron un 3,2% y un 3,0%, respectivamente.

Así pues, el IEE precisó que la economía española "esta aquejada" por una baja productividad, cuyos aumentos "tan reducidos" no permiten cerrar la 'brecha' con la OCDE.

El mercado más emergente: la mujer

El potencial de consumo de ellas se multiplica y no todas las empresas se han dado cuenta - Los sectores innovadores revisan sus estrategias ante un mercado más equilibrado entre sexos
CARMEN SÁNCHEZ-SILVA 27/04/2010
Tienen el potencial económico de China e India juntas, pero ellas todavía no lo saben. Y, aunque parezca mentira, tampoco la mayoría de las empresas se han parado a pensarlo. Las mujeres viven una segunda revolución que se está gestando tan rápido que no ha dado tiempo a que el mundo la digiera.

Tienen el potencial económico de China e India juntas, pero ellas todavía no lo saben. Y, aunque parezca mentira, tampoco la mayoría de las empresas se han parado a pensarlo. Las mujeres viven una segunda revolución que se está gestando tan rápido que no ha dado tiempo a que el mundo la digiera.

Hay excepciones. Son pocas, pero demuestran la potencia del consumo femenino y la fuerza que ganan las compañías que se adaptan a él. Incluso las que venden en segmentos de mercado tradicionalmente considerados masculinos. Es el caso de Apple y su iPhone, el producto que actualmente más se ajusta al lenguaje de la mujer, según la consultora Avivah Wittenberg-Cox. Se trata de "un teléfono inteligente de última generación; de manejo intuitivo y fácil, con altas prestaciones y diseño atractivo", asegura. "En 2009, el 25% de sus compradoras eran mujeres y ahora ya son el 50%", agrega la impulsora del concepto womenomics, una nueva corriente de pensamiento que ha mezclado mujer y economía para denominarse y referirse "a las oportunidades que puede brindar a la economía, a las empresas y al mercado laboral un mejor equilibrio de género", afirma Wittenberg-Cox.

También es el caso de las redes sociales, opina la rectora de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Inma Tubella. "En Estados Unidos el peso de la mujer en estas redes que se tejen en Internet es mayoritario y, en las más grandes, su crecimiento es del 200% anual. La clave de su éxito es que cumplen una función de relación social, ayudan a solventar los problemas de la comunidad y los propios, de ahí que las usen sobre todo las mujeres", explica.

Y es que las mujeres están accediendo a productos y servicios que, hasta hace poco, estaban reservados mayoritariamente a los hombres: la tecnología, la banca, el automóvil... Y ese tiempo pasó. Hoy, la economía empieza a pensar en la mujer para mucho más que la belleza o la casa. Las cifras obligan. Eso es lo que piensa la consultora estratégica internacional The Boston Consulting Group (BCG). Según sus cálculos, los casi 2.000 millones de mujeres que trabajan en el mundo ingresan 7,1 billones de euros anuales. Y en el próximo lustro sus sueldos crecerán en 3,8 billones de euros debido, por una parte, a un aumento anual del 2,2% en el empleo femenino mundial y, por otra, a que la brecha salarial que existe entre la mujer y el hombre se va a ir recortando. Son palabras mayores.

Aunque van a sonar más alto pues, además del poder económico que tienen a medida que se incorporan al mercado laboral, las mujeres controlan el 65% de las compras mundiales, porcentaje que en Estados Unidos se eleva hasta el 80%. Según los datos que maneja BCG se trata nada menos que de un presupuesto anual de 8,7 billones de euros. Gasto que en 2013 habrá aumentado en 3,5 billones de euros, es decir, una magnitud superior al crecimiento esperado en los mercados de consumo chino e indio juntos, afirma el socio de la consultora estratégica BCG, Pedro Esquivias.

Conclusión: en los próximos años, las mujeres manejarán más de 23 billones de euros. De ahí que, en palabras de Tubella, nos encontremos ante "la próxima revolución de la mujer, que va a modificar la forma de trabajo y las organizaciones". No en vano, recuerda, En Estados Unidos y en Europa las estudiantes universitarias son prácticamente el 60% del total. Y no sólo son más, sino que sacan mejores notas que los hombres. Por eso pueden convertirse en las nuevas directoras de la orquesta económica internacional, como propugna el movimiento womenomics.

Avivah Wittenberg-Cox invita a las compañías a que aprendan a hablar el lenguaje femenino, a que introduzcan la cultura y los valores de mujeres en sus decisiones estratégicas. "Hombres y mujeres difieren y se complementan en sus comportamientos, física, neurológica y sociológicamente. En los últimos 100 años nos hemos acostumbrado a ignorar las diferencias para luchar por la igualdad. Ha llegado el momento de impulsar ambas, igualdad y diferencia", afirma la autora del libro How women mean business y fundadora del website www-WOMEN-omics.com. Ganamos todos.

Pero, aunque sólo sea por interés económico, las empresas tienen que contar con las mujeres, cubrir sus necesidades específicas con productos y servicios y dejar que se desarrollen en las organizaciones, mediante el acceso a los puestos de máxima responsabilidad y la adaptación de los métodos y horarios de trabajo a sus requerimientos. Es rentable, según los defensores de womenomics.

Curiosamente, explica Pedro Esquivias, socio de BCG, "en los mercados en desarrollo, como Brasil, el papel de la mujer como motor económico es preeminente. Sin embargo, en el mundo desarrollado muchas de las empresas están dirigidas por hombres que no entienden por qué toman las decisiones de consumo las mujeres. No se ponen en la piel de la compradora que maneja los presupuestos".

Las empresas "tienen una cosmovisión centrada en los hombres y no consideran las diferencias de género ni los avances de la neurociencia que las demuestran", mantiene Alberto Pierpaoli, consejero delegado de la compañía argentina The Gender Group, especializada en márketing de género. "Para la publicidad y el márketing las mujeres son invisibles. Ya que se rigen por viejos esquemas que asumen que la forma de ser y de pensar es similar a la de los hombres. Hoy se comienza a aceptar un nuevo paradigma que dice que las motivaciones, valores y formas de decidir las compras son absolutamente distintas entre mujeres y hombres", añade.

Como Wittenberg-Cox, Pierpaoli considera que hombres y mujeres hablan idiomas distinto

s y complementarios. Lenguajes que tienen que convivir en el mundo económico para sacarles el máximo beneficio a ambos. Y, para que lo hagan, los dos tratan de enseñar a sus clientes a pensar en femenino, sin olvidar el masculino.

Boston Consulting ha publicado recientemente el libro Woment want more, que se basa en un estudio realizado entre 12.000 mujeres de 22 países y que demuestra que las motivaciones femeninas son diferentes a las de los hombres. No valoran el dinero por sí mismo, sino como medio para alcanzar la felicidad, es decir, su satisfacción personal y el equilibrio entre la vida profesional y laboral.

¿Y qué es lo que les hace falta? Sobre todo tiempo, tiempo para compatibilizar todos los roles que asumen en la sociedad. Y eso es lo que le piden a las empresas: productos y servicios que les permitan ahorrar tiempo. Además, las mujeres quieren que les proporcionen información más fácil de entender (odian la letra pequeña) y buenos niveles de servicio.

A juicio de BCG, la población femenina internacional está insatisfecha con tres de las categorías de consumo más importantes en la actualidad: servicios financieros, sanidad y bienes de consumo duradero (coches, electrodomésticos...). Las compañías que encuentren la clave para satisfacerlas se las habrán ganado como clientes y, por tanto, acumularán importantes ingresos. Además, "hay momentos como la crisis actual que pueden favorecer el cambio", opina.

Esquivias pone ejemplos de cómo algunas empresas, pocas todavía, han lanzado productos poniéndose en la piel de las mujeres. La española Mercadona es una. Que la mujer necesita tiempo, pues ayudémosla a que tarde menos en hacer la compra. ¿Cómo? Reduciendo la gama de productos que tiene para elegir a fin de que su decisión de compra sea más rápida (eso sí, siempre dejando sus preferidos en la tienda) e incorporando aparcamiento gratuito en todos los supermercados. El socio de BCG señala que la compañía ha crecido más que la competencia gracias a que ha entendido los cambios que se están produciendo en las necesidades de la mujer; lo mismo que Zara, otro de los ejemplos que cita.

Pierpaoli va un poco más lejos y pone el ejemplo de la cadena norteamericana de bricolaje The Home Depot. En un negocio hasta entonces dirigido a los varones, la compañía quería dar entrada a las familias. ¿Qué hizo? Hacer pasillos más anchos para que se pudiera pasear con el carrito del bebé; incluir en sus tiendas zonas de electrodomésticos y decoración, como ellas querían, con ambientes de baños y cocinas reales para sacar ideas; y en la masculina zona de herramientas incorporó un área con cortacéspedes y barbacoas, que interesaban más a los hombres. No sólo consiguió, dice el experto argentino, que las mujeres fuesen clientes, sino que el número de varones aumentó también.

Como para los productos y los servicios, el tiempo va a ser el concepto clave en la transformación del lugar de trabajo, mantiene la rectora de la UOC. La flexibilidad en los horarios y organización de tareas. Ese objetivo irrenunciable de las mujeres en su ascenso en el escalafón laboral o, al menos eso dicen, las pocas que llegan a la cúpula.

"Faltan mujeres en la dirección de las empresas. Los hombres dicen que no progresan porque ellas no quieren. ¿Entonces por qué en las grandes multinacionales sí que ascienden a las máximas responsabilidades? ¿O por qué las empresas nuevas que desarrollan nuevos negocios, como Yahoo, eBay o Facebook, están presididas por mujeres?", argumenta Marijo Bos, presidenta europea de la asociación Professional Women's Network (PWN). Desde su organización se está comprobando cómo los programas de mentoring o mecenazgo están siendo clave para que las mujeres asciendan a puestos directivos. "Y los mentores son normalmente hombres, que se encargan de traducir nuestros problemas en las organizaciones y son los catalizadores del progreso de la mujer", agrega.

La firma francesa Sodexo es una de las compañías que se están tomando en serio la necesidad de potenciar el talento femenino. Es más, según su director general en España, Stanislas de Saint Louvent, "no tener en cuenta el papel de la mujer en la organización de las empresas es un error estratégico". La firma creó hace dos años un comité de mujeres formado por 20 directivas para emitir recomendaciones y crear estrategias de recursos humanos a fin de desarrollar a sus mujeres y a la plantilla en su conjunto (de sus 35.000 empleados en el mundo, el 57% son mujeres. Pero en la cúpula sólo son el 18% y el objetivo que se ha trazado para 2015 es que sean cerca del 30%).

El caso de Nestlé
Nestlé es una compañía dominada por hombres, pero sus clientes son en más de un 80% mujeres. Y no figura entre esas organizaciones que pasan de largo las aspiraciones de las féminas a las que han de dirigir mayoritariamente sus productos. "En nuestra central hay paridad de sexos en el departamento de marketing y, en España, las trabajadoras son mayoría", dice su director general en España, Bernard Meunier. "Nuestra promoción y publicidad se orienta a las mujeres", señala este directivo.

Sin embargo, en el comité de dirección no hay equilibrio. Para remediarlo, con el objetivo puesto a una década de ahora en adelante, se ha puesto en marcha un programa de mentoring en el que participan doscientas mujeres en el mundo, cada una liderada por un miembro del comité de dirección de una filial de un país diferente al que ellas pertenecen.

Nestlé quiere hallar el equilibrio mediante promoción interna, aprovechando el talento de la casa, como es tradición en la compañía, en vez de realizar fichajes externos, que serían más rápidos y fáciles. "Evita imponer cuotas, de las que no somos partidarios, porque son el reflejo de un fracaso", sostiene Meunier.

Actualmente, el 64% de los trabajadores menores de 30 años de la compañía Nestlé son mujeres.


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Los ingresos del Estado crecen por primera vez en los últimos dos años

Pese al aumento de la recaudación en un 0,8%, el déficit aumenta un 15% hasta el 0,85% del PIB
EFE - Madrid - 27/04/2010
Los ingresos del Estado por la recaudación de impuestos han logrado dejar atrás en marzo dos años consecutivos de caías al subir un 0,8% frente a 2009. No obstante, pese a esta evidente mejora, que se explica por la política de devoluciones del IVA y porque en el mismo periodo del año pasado la economía atravesó la fase más grave de la recesión, la caja de la Administración Central sigue en números rojos con un déficit de 8.908 millones de euros, un 0,85% del PIB y un 15,2% más sobre los 7.732 millones del anterior ejercicio.

Según ha informado hoy el secretario de Estado de Hacienda, Carlos Ocaña, la caída generalizada de la economía y la posibilidad por parte de las empresas de aplazar los pagos por IVA causaron un importante recorte en este apartado del 20%. Afortunadamente, porque en caso contrario indicaría que la situación va a peor, esta caída no se ha repetido durante el presente año. La razón es que, por una parte, la actividad se está recuperando tímidamente y, por otra, que el Estado está empezando a cobrar las cantidades por IVA aplazadas.

Ocaña ha revelado que el déficit del 0,85% acumulado hasta marzo es consecuencia de unos ingresos de 31.772 millones, un 5,5% más que en el mismo periodo de 2009, y unos gastos de 40.680 millones, el 7,5% más. En términos de caja, una metodología contable que anota los ingresos y pagos efectivamente realizados, el Estado alcanzó un déficit de 15.546 millones, frente al saldo negativo de 11.345 millones de 2009. España cerró 2009 con un déficit del 11,2%, su segundo año consecutivo en números rojos. La falta de consolidación fiscal le ha obligado a presentar ante Bruselas un Plan de Austeridad con el que volver al límite del 3% de déficit de aquí a 2013 y que incluye, entre otras medidas, una subida de impuestos, un recorte del gasto en personal, fusión de empresas públicas y reducción de altos cargos. Sobre este punto, Ocaña ha descartado la posibilidad de que el Gobierno desarrolle nuevas medidas para evitar el contagio de la crisis griega.

La recaudación por IVA sube un 2,2%

Volviendo a las cuentas del Estado, la recaudación por IVA creció un 2,2% por primera vez durante los últimos 27 meses hasta los 14.584 millones, incluso es mayor a su nivel de 2008. De hecho, sin el efecto coyuntural provocado por las devoluciones y aplazamientos, hubieran repuntado un 7,4%. Por su parte, la recaudación por Impuestos Especiales se elevó hasta los 4.655 millones, un 2,4% más.

Sin salir del apartado de los ingresos, la supresión parcial de la deducción los 400 euros ha permitido que la recaudación por IRPF haya aumentado un 1,1% hasta los 19.212 millones. El Impuesto de Sociedades, sin embargo, sigue a la baja, cae un 32,3% con 693 millones, aunque los datos aún no son significativos y habrá que esperar al primer pago fraccionado de abril para sacar conclusiones.

En cuanto a los gastos, el persistente aumento del paro y el sistema de financiación autonómica, que obliga adelantar los traspasos a las comunidades explican, según Ocaña, que este apartado siga aumentando pese al plan de austeridad. En su conjunto, los pagos no financieros aumentaron un 13,4% con 48.305 millones. Por apartados, las transferencias corrientes crecieron un 19% debido a los anticipos a cuenta abonados a las comunidades y a las mayores transferencias a los Servicios Públicos de Empleo Estatal, que se ha duplicado hasta los 4.110. La causa no es que haya aumentado la factura por desempleo, si no porque el año pasado no se contemplaron estos gastos en el presupuesto y hubo que autorizar un crédito extraordinario a final de año.

Además, pese al compromiso de sacar la tijera, el capítulo de sueldos y salarios creció hasta marzo un 3,3%, aunque el conjunto de los gastos de personal se elevaron un 6,8%. De su lado, los gastos financieros crecieron en un 23,2% por los intereses de la deuda, que supera a la de hace un año. "Es pronto para extraer conclusiones, pero los datos apuntan a la estabilización y a que las medidas de consolidación fiscal se empiezan a notar", ha señalado Ocaña, quien ha asegurado que las previsiones que incluyen los Presupuestos de 2010 y en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento "se están cumpliendo".

La Seguridad Social reduce su superávit

Por el mismo motivo que ha repuntado el IRPF, la limitación de la deducción generalizada de los 400 euros, las cotizaciones sociales aportaron a la caja de la Seguridad Social 26.343,91 millones en el primer trimestre, lo que supone un incremento interanual del 0,52%. En su conjunto, el sistema cerró marzo con un superávit de 5.943,77 millones de euros, un 27,95% menos con respecto al mismo periodo de 2009, según ha informado hoy el Ministerio de Trabajo e Inmigración.

La Seguridad Social espera ingresar en el conjunto de este año un total de 107.376,63 millones de euros en concepto de cotizaciones sociales, con lo que a finales de marzo los ingresos por este concepto representaron el 24,53% de lo previsto para todo el ejercicio.

Para el secretario de Estado de Seguridad Social, Octavio Granado, los datos son "coherentes" con la previsión de comienzos de año sobre la evolución presupuestaria. En su opinión, estas cuentas indican "claramente" que el sistema español "sigue consolidando" su funcionamiento y podrá atender "sin ningún tipo de dificultad" las obligaciones contraídas con millones de pensionistas y familias.


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lunes, 26 de abril de 2010

Más listas y más modestas

Radiografía de las compañías creadas en 2009: Así se adaptan a un entorno marcado por la falta de oportunidades y con menos acceso a la financiación

En un entorno marcado por la crisis, las empresas constituidas en 2009 fueron impulsadas por emprendedores más jóvenes y con más visión de las oportunidades. Son, sin embargo, proyectos más modestos al verse obligados a autofinanciar sus ideas.
Pilar Alcázar

El peor año en creación de empresas de los últimos 12 años. Ése es el saldo que ha dejado 2009, el primero completamente marcado por la crisis. Según el estudio Informa de Movimientos Empresariales, publicado por Informa D&B, en el último año se crearon 79.617 empresas, un 25% menos que en 2008, y casi la mitad de las que surgieron en 2006, el año más positivo de la última década.

La falta de oportunidades y sobre todo la dificultad para acceder a vías de financiación explican el batacazo en el espíritu emprendedor que estamos viviendo en estos momentos. Y eso a pesar de que los más optimistas esperaban que la pérdida de empleos auspiciase la creación de nuevos proyectos como forma de autoempleo. “Se creía que el emprendimiento por necesidad sería alto este año, por las ayudas al autoempleo, pero no lo ha sido. El efecto de estas políticas del Gobierno no es algo ni tan rápido ni tan simple. Depende de si el potencial emprendedor tenía orientación a emprender, si tiene capacidades, en qué sector quiere crear la empresa... Hay muchas variables que influyen”, explica Alicia Corduras, directora técnica del Global Entrepreneurship Monitor (GEM), realizado por el Instituto de Empresa.

De hecho, la tasa de empresas creadas por necesidad apenas ha aumentado en el último año un punto respecto al año anterior, situándose en el 15,8%. La principal motivación para emprender sigue siendo la percepción de una oportunidad, según el Informe GEM. Aunque al moverse en un “entorno de crisis, los emprendedores han tenido que agudizar el ingenio en la captación de recursos y no me refiero sólo a los financieros. A la hora de detectar nichos de mercado las personas que han montado una empresa han realizado un esfuerzo adicional”, explica Ángel Colomina, director general de Fundación Incyde, del Consejo Superior de Cámaras.

MÁS PEQUEÑAS Y CON MENOS RECURSOS

El segundo efecto directo de la crisis es la menor ambición de los proyectos y un gran varapalo al emprendimiento femenino, a pesar de que han aumentado las ayudas para impulsar las empresas creadas por mujeres. Así, las iniciativas nacidas en 2009 tienen detrás a un emprendedor más joven que en años anteriores (en torno a los 36 años) y se crean con un capital inferior (59.325 euros de media frente a los 78.783 que se empleaban en 2008 y los 105.094 euros en 2007), según datos de Informa D&B.

Si miramos las cifras globales invertidas en la creación de nuevos proyectos empresariales, la caída es aún mayor. En 2009 se invirtieron en total 4.723 millones de euros, un 43,97% menos que en 2008. En definitiva, los negocios nacidos en la crisis son más modestos en recursos, aunque no necesariamente en tamaño. Así, son mayoría los nuevos proyectos que cuentan entre 1 y 5 empleados (el 49,8%), frente a los que obedecen a un formato de autoempleo (40,7%).
Emprendedores.com

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Rafael Galán
Emprendedores.com

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Crear una marca en tiempos de internet

Las redes sociales llevan a las agencias a segmentarse

Joaquim Clemente - Valencia - 26/04/2010
Zara no hace publicidad mientras que Benetton gasta ingentes cantidades de dinero en atrevidos y, en ocasiones, polémicos anuncios. ¿Quién vende más? La firma española gana por goleada. No es un caso único. Hay otros ejemplos de empresas que sin hacer publicidad o con muy poca inversión tienen una gran notoriedad. "¿Es prescindible la publicidad para crear una marca?", se preguntaba la semana pasada en una conferencia Juan Campmany, presidente de DDB España. El hombre que creó la imagen ZP aseguró estar preocupado.
El cambio que se está produciendo en los canales tradicionales de los anunciantes está descolocando a parte del sector. El auge de las redes sociales, como canal capaz de lanzar la enseña más desconocida, está provocando la aparición de agencias especializadas. No en vano, promocionar un producto de forma viral se está convirtiendo en una habilidad que no está al alcance de cualquiera. "Sin embargo, creo que esto no es positivo a la hora de crear una marca", explica Campmany.
"Cuando se diseña una estrategia de marketing, es muy importante tener claro cuál es la imagen que quieres dar, y si segmentas el mensaje en cuatro o cinco agencias especializadas en cada medio difícilmente lo vas a conseguir", señala el presidente de DDB España.
El problema, según Campmany, es que el sector aún debe aprender a explotar las nuevas vías de comunicación con el consumidor que están ganando terreno. "Cuando se empezó con el marketing viral se estaba haciendo una comunicación horizontal, de boca a oreja de los consumidores, sin embargo, ahora estamos asistiendo a la aparición del marketing de rebote", asegura. Para ilustrarlo, pone el ejemplo de una campaña de un medicamento en Estados Unidos. El Tylenol, que sirve para conciliar el sueño, empezó anunciándose en pequeñas inserciones en prensa en las que se incluía una dirección de correo electrónico a la que se animaba al consumidor a escribir si había dormido bien. Con los mensajes recibidos, la agencia planteó otra campaña en la utilizaba los datos obtenidos para hacer cuñas de radio con mensajes del estilo de: "Hoy Nueva York ha dormido bien, así que el camarero le atenderá con una sonrisa". Con el tiempo se hizo tan popular que hasta los presentadores de las noticias añadían a datos como la hora, la temperatura o el tráfico, lo bien o mal que habían dormido sus conciudadanos. "Ya no hacía falta hacer publicidad", señala Campmany. Pero en todo el proceso, la presencia de los creativos es constante, "y se aprovechan las ventajas de cada soporte".
Pero la crisis es un impedimento para la creación de marca. "Las empresas dicen que no tienen dinero, pero el problema es que no quieren arriesgarse. Buscan el corto plazo, las ventas inmediatas, pero crear una marca cuesta años", señala el directivo. Añade: "Con un problema añadido. Las empresas contratan a sus agencias como si contrataran un catering. La media de duración de una relación entre una empresa y una agencia es de 3,3 años, y así es difícil trabajar".
Ya con un café en la mano, Campmany reflexiona sobre el fenómeno de las marcas blancas y cómo están afrontando las compañías con enseñas reconocidas esta competencia. "Es un error intentar diferenciarse diciendo que no fabrican para otras marcas. Lo que hay que hacer es apelar a los sentimientos del consumidor. La marca nos evoca momentos, la recordamos, es entrañable. La marca blanca sólo es barata", sentencia.
Audi en España, de anodinos a líderes en el lujo
La evolución de Audi en el mercado español es un claro ejemplo de cómo la publicidad puede influir de manera notable sobre los gustos de los consumidores. Hace más de 20 años que la multinacional alemana confió a DDB su publicidad en España. Entonces tenía una cuota de mercado del 0,4% y era la tercera en el segmento premium, tanto en ventas como en notoriedad, por detrás de BMW y Mercedes Benz. Hoy les ha superado, con un 3,4% de cuota.
"Era una marca anodina para los españoles, muy fría, sin emoción", explica Juan Campmany. La agencia empezó por introducir anuncios en televisión, algo poco habitual en la época para el segmento del lujo.
Algunos de los anuncios de los distintos modelos de Audi creados en España se utilizaron después para todo el mundo. Y algunos calaron mucho en su momento, como el del chaval que crecía queriendo comprarse una Harley y cuando se decide se cruza el nuevo modelo de la marca alemana. O los jubilados que comentan que nada es como antes, ni las mujeres, ni el fútbol, ni los coches. Anuncios en los que, a veces, no se mostraba el coche. "Sólo BMW, con su gran campaña Te gusta conducir, que igual que las de Audi apelaban a los sentidos, ha conseguido recortar distancia", dice el presidente de DDB España.
Cincodias.com

Madrid conservará la deducción autonómica por compra de casa

El beneficio fiscal desaparecerá en 2011 para las rentas medias
J. V. - Madrid - 26/04/2010
El Ejecutivo de la Comunidad de Madrid es el único que ya ha anunciado que mantendrá la deducción por compra de vivienda en el tramo autonómico del IRPF. El Ejecutivo central eliminará para las rentas medias este beneficio fiscal en 2011. Así, los contribuyentes con bases imponibles superiores a 24.107,2 euros que se compren una casa en 2011 ya no podrán beneficiarse de la deducción por adquisición de vivienda. Sin embargo, el nuevo modelo de financiación autonómica aprobado a finales de 2009 elevó la capacidad normativa de las comunidades hasta el 50% del IRPF. Por tanto, los Gobiernos regionales pueden incrementar las deducciones en el tramo autonómico del impuesto. Sólo Madrid se ha comprometido a mantener esta ventaja fiscal.
Actualmente, la deducción por vivienda asciende al 15% de las cantidades pagadas en un año con un máximo de 9.015 euros. Los madrileños con rentas superiores a 24.107 euros que compren una vivienda a partir de 2011 tendrán derecho a la mitad de la deducción, el 7,5%, cuyo coste recaerá sobre la hacienda madrileña.
Por el momento, ninguna otra comunidad ha expresado la voluntad de mantener el status quo de la deducción en el tramo autonómico. Será en los Presupuestos de 2011 cuando las regiones deberán posicionarse. Castilla y León está valorando seguir la misma senda que Madrid, aunque recuerda que en su territorio ya existen deducciones adicionales para los jóvenes.
Si las regiones optan por no legislar sobre la deducción, se aplicarán los cambios propuestos por el Gobierno central sobre el 100% del impuesto. La modificación contempla mantener el beneficio fiscal para las bases imponibles inferiores a 17.707 euros y reducirla progresivamente para las rentas que se encuentren entre los 17.707 y los 24.107 euros.
El Ministerio de Economía defiende que la deducción actual contribuyó a hinchar la burbuja inmobiliaria y consideran excesivo que no se limiten las ayudas por tramos de renta. Hasta 2011, un mileurista y un alto directivo seguirán gozando de la misma deducción.
Hacienda apunta que el 63% de los contribuyentes que se desgravan por vivienda declaran rentas por debajo de 24.000 euros. El resto se sitúa por encima del umbral.
Aun así, la medida no se aplicará con carácter retroactivo y aquellos contribuyentes que están pagando una cuota hipotecaria o que se compren una casa antes de 2011 tendrán derecho a la deducción hasta que cancelen el préstamo.
27.000 euros en juego
A día de hoy, un contribuyente con una renta por encima de 24.107 euros y una hipoteca a 25 años por la que paga 602 euros al mes se deduce 1.084 euros cada año. Así, el ahorro acumulado hasta cancelar la hipoteca asciende a 27.000 euros.
Esa es la diferencia entre comprar una casa antes de que acabe el año o hacerlo a partir de enero. Aunque los contribuyentes madrileños seguirán accediendo a la mitad de la deducción. Así, el beneficio fiscal, bajo el mismo supuesto, sumará 13.500 euros.
Por otro lado, el Gobierno ha optado por elevar la deducción por alquiler, que se equiparará a la compra de vivienda a partir de 2011. Actualmente, las rentas inferiores a 12.000 euros pueden deducirse el 10% de los pagos por alquiler, pero si su renta supera los 24.000 euros, no tienen ningún beneficio fiscal. El próximo año, a efectos tributarios, no habrá diferencias entre abonar un alquiler o pagar una hipoteca.
Cincodias.com

Viaje al hipermercado del mundo

La ciudad china de Yiwu fabrica y vende la mayoría de artículos para los bazares de los cinco continentes - La urbe explica por qué el país sorteó la crisis mejor que otros
JOSE REINOSO - Yiwu - 26/04/2010
Una de las experiencias más instructivas que puede tener quien quiera comprender por qué se llama a China la fábrica del mundo, por qué sus disputas comerciales con las naciones ricas están a la orden del día y su economía crece de nuevo casi al 12%, y, sobre todo, por qué el Gobierno se niega a revaluar el yuan en la forma que pide Estados Unidos, es visitar Yiwu.

Una de las experiencias más instructivas que puede tener quien quiera comprender por qué se llama a China la fábrica del mundo, por qué sus disputas comerciales con las naciones ricas están a la orden del día, por qué ha logrado vadear mucho mejor que ellas la crisis mundial y su economía crece de nuevo casi al 12%, y, sobre todo, por qué el Gobierno se niega a revaluar el yuan en la forma que pide Estados Unidos, es visitar Yiwu, una ciudad de la provincia costera de Zhejiang, unos 300 kilómetros al sur de Shanghai.

Para ello, nada mejor que volar directamente a su flamante aeropuerto. En la moderna terminal de Yiwu se cruzan acentos de todo el mundo -en particular de Oriente Próximo, Asia Central y África- de empresarios y comerciantes llegados para hacer acopio de todo lo imaginable en el mayor mercado mayorista del planeta.

Carteles y publicidad en árabe, inglés, ruso, español, hindi, coreano y otros idiomas indican que a Yiwu se viene a comprar. A comprar de todo y en gran cantidad. La ciudad vive por y para ello. Porque si la provincia sureña de Guangdong, con sus polígonos industriales hasta el horizonte, es la fábrica del mundo, Yiwu es el reino mundial del todo a 100.

Pero no sólo. Aquí no se venden por toneladas únicamente la quincallería y las baratijas que se encuentran en los chinos de todo el planeta. Hay mucho más. Desde sillones de masaje a pantallas luminosas, pasando por electrodomésticos, zapatos, juguetes, maletas, guantes, botones, cinta adhesiva, sartenes, bombillas, balones de fútbol, jarrones, flores artificiales, muebles, cremalleras, relojes, bañeras o altavoces. Y más. Así que sería mejor decir que Yiwu es, simplemente, el hipermercado del mundo.

Las intenciones del gobierno municipal quedaron bien claras cuando eligió como eslogan de la ciudad "Un mar de productos, un paraíso para los compradores". Una frase que se repite por todos lados, y marca el carácter de sus habitantes, algunos de los cuales, con menos de 30 años, ya conducen potentes BMW y Mercedes, símbolos de éxito y ostentación en este país, paraíso para las marcas de lujo.

"En Yiwu todo gira alrededor de los negocios. Incluso en las raras ocasiones en que la gente se concede un poco de tiempo libre, sus teléfonos móviles no dejan de sonar. Pero lo aceptan porque ganan mucho dinero", dice Yue, una joven de 25 años que trabaja en una compañía de importación y exportación iraní.

Ju Xiaoli, dueña de la tienda de broches, hebillas y accesorios Pequeñas Estrellas, es un ejemplo típico. A sus 43 años, lleva 18 comerciando, y las cosas le van muy bien. Activa, resuelta, atiende una llamada tras otra, mientras negocia con dos paquistaníes un pedido de pequeños diamantes de plástico. "Yo me ocupo de las ventas en la tienda, y mi marido se encarga de la fábrica que tenemos", afirma, rodeada de calculadoras y teléfonos. "Nos va muy bien", asegura esta mujer que sólo se toma unos días de descanso en las fiestas del Año Nuevo chino. "Tiene varios coches; uno es un BMW", la interrumpe una de sus jóvenes empleadas, con tono de admiración.

Al otro lado de la mesa, Muhammad Moazzam Attari y Muhammad Imran Attari, con ropaje blanco y turbante verde, comprueban las muestras e intercambian impresiones mientras dan sorbos al Nescafé con leche instantáneo que les ha ofrecido Ju. Apenas 15 minutos después, el pedido, de 25.000 yuanes, está firmado.

"En Yiwu encuentras de todo y a buen precio y, aunque la calidad en algunas cosas sea regular, es suficiente para mis clientes", explica Muhammad Moazzam Attari, de 37 años, que vive en Lahore (Pakistán). "He venido dos semanas. He comprado también zapatos y diferentes complementos. Parte es para mi tienda y parte para suministrar a otras. En total, voy a comprar por valor de 200.000 yuanes".

El comerciante asegura que "lo único difícil es el idioma". Por ello, es su socio, Muhammad Imran Attari, de 28 años, que reside en China desde hace ocho, quien ha llevado el peso de la conversación en mandarín, intercalada de vez en cuando con el inglés básico de Ju.

La actividad es continua. Hombres y mujeres de negocios de todo el mundo van de tienda en tienda como abejas en busca de polen. Otros negocian con los dueños, calculadora en mano. Vendedores ambulantes ofrecen gajos de sandía y pepinos a los acelerados visitantes. En un rincón, un musulmán ora en el suelo en dirección a La Meca.

Junto a una tienda, Gulala, de 45 años, una iraquí que vive en Londres, explica, acompañada de su traductor, por qué viaja periódicamente a Yiwu. "Tenemos una empresa de exportación aquí. Compramos de todo -ropa, bisutería, gafas, material eléctrico, muebles- y lo enviamos a Irak. La situación allí está muy mal. Hace falta de todo, y aquí encuentras mucha variedad y es barato".

Los diferentes mercados mayoristas de la ciudad suman una superficie de más de cuatro millones de metros cuadrados, alojan más de 60.000 locales comerciales, ofrecen 1,7 millones de productos diferentes y reciben cada día más de 200.000 visitantes. Sus ventas en 2009 ascendieron a 41.200 millones de yuanes (4.490 millones de euros), un 7,8% más que en 2008, a pesar de la crisis.

Si el mayor es el Centro Comercial International -cuya primera fase fue abierta en 2002, y la cuarta, en 2008 (la quinta se encuentra en construcción)-, uno de los más antiguos es el de Binwang. Sus 9.000 puestos mercadean principalmente ropa, lana y textiles. En uno de ellos, Wu Youbin, de 40 años, vende sábanas, cortinas y cojines que fabrica en su taller de Dongyang. "En la fábrica tengo 60 trabajadores. Mis dos hermanos también tienen talleres. También vendo sus artículos. El 80% de mi negocio va a la exportación, en gran parte a Oriente Medio", dice sentado junto a una pantalla de ordenador y una máquina de contar billetes. "Prefiero comerciar con extranjeros porque las cantidades son mayores. Pero si un cliente quiere una sola sábana, también se la vendo".

Wu afirma que Yiwu, una ciudad rodeada de colinas verdes, se ha transformado completamente en la última década. Él, como muchos, vendía antes en la calle. Ahora, en las calles lo que se ve es un tráfico continuo de camiones con contenedores, camionetas de reparto y mototriciclos cargados a rebosar, que se intensifica en polígonos industriales como el de Beiyuan, donde se suceden las fábricas de calcetines, bisutería, textiles, ropa o gomas elásticas. En ellas trabajan muchos de los 1,2 millones de inmigrantes de otras provincias, que representan la mayor parte de los habitantes de esta ciudad de dos millones de almas. Trabajadores que cobran entre 1.500 y 2.000 yuanes (163 y 218 euros) al mes más el alojamiento, en dormitorios comunes, y la comida. Algunos libran un día a la semana; otros sólo dos o tres al mes.

Wang Xiaomin, de 28 años, de la provincia nororiental de Heilongjiang, llegó hace cinco años a Yiwu en busca de empleo. "Muchos de mis compañeros de clase vinieron aquí, y yo hice lo mismo", cuenta mientras se dirige a un pequeño restaurante para almorzar. "Mi marido tiene negocios en Yiwu, y yo trabajo en la planificación de la producción en [el fabricante de calcetines] Bonas. Cobro 2.000 yuanes".

Aunque la mayoría de los artículos que se venden en Yiwu vienen de otras provincias, como Guangzhou o Jiangsu, la ciudad tiene numerosas fábricas, entre ellas las de los cinco mayores productores del mundo de calcetines y medias y el mayor de cremalleras, que suministran a cadenas como la estadounidense Wal-Mart.

El despegue comercial de Yiwu, población fundada el año 222 antes de Cristo, durante la dinastía Qin, se produjo en 1982 -recién puesto en marcha el proceso de apertura y reforma chino-, con la creación de un gran mercado al aire libre. Hoy, la ciudad cuenta con gigantescos centros comerciales, palacios de muestras e incluso un estadio olímpico, que es aprovechado para las ferias internacionales. El año pasado, la renta per cápita de sus habitantes alcanzó 30.841 yuanes (3.360 euros) en las zonas urbanas y 12.899 yuanes (1.405 euros) en las rurales; 1,8 y 2,5 veces más que la media nacional, respectivamente.

Los comerciantes de Yiwu aseguran que la crisis global quedó atrás para ellos hace meses. "El último año la cosa ha ido mejor, y ahora tengo más negocio que antes de la crisis", dice Wu, rodeado de paquetes de sábanas. La misma frase repite Ju, aunque se queja de la subida del precio de la mano de obra. "Cada vez tenemos que enviar más lejos la fabricación de algunos artículos, a provincias como Jiangxi y Anhui", afirma. Ambos tienen dos hijos, un buen indicador de una posición económica desahogada en este país donde quien se salta la prohibición de tener más de un hijo es castigado con una multa cuantiosa.

Pero hacer negocios en Yiwu no siempre es fácil. "A veces, los vendedores cambian el precio que habías acordado", dice Muhammad Imran Attari. "Otras, cuando llega el contenedor, descubres que el envío no corresponde totalmente con lo pedido o que la calidad no es buena. Te piden disculpas y contestan que la próxima vez harán algo", explica Boss, un empresario nigeriano de 58 años, que ha pasado un mes en Yiwu haciendo acopio de artículos de regalo y textiles. "Pero, en general, la calidad es buena y el precio es correcto. ¿Qué más se puede pedir?", añade Boss, que se ha gastado 100.000 dólares en este viaje, y dice que tiene un margen de beneficio neto del 15%.

Luego recapacita un momento y evoca, como muchos comerciantes, el fantasma de la revaluación del yuan, que, según EE UU, está infravalorado artificialmente hasta un 40%, lo que favorece a las empresas exportadoras chinas: "Sólo seguiré viniendo a Yiwu mientras el yuan permanezca al mismo nivel respecto al dólar". Pekín ha dejado bien claro que cualquier apreciación que se produzca tendrá lugar cuando a China le convenga y será gradual. No quiere que empresarios como Boss dejen de hacer la compra en el hipermercado del mundo.

11.000 comerciantes de más de cien países
Cuando en Occidente se habla de las relaciones entre Pekín y los países menos desarrollados, la atención se suele centrar en la financiación de grandes proyectos de infraestructuras por parte de empresas chinas y la firma de contratos para asegurarse los recursos minerales y energéticos de los que China carece. Pero las relaciones económicas van mucho más allá, ya que existe un enorme flujo comercial entre ambas partes. China ha sabido responder a las necesidades de países con menor poder adquisitivo, para cuyos habitantes comprar artículos fabricados en Europa o Estados Unidos está fuera de su alcance.

Ahí reside, en buena medida, el éxito de Yiwu, donde acaban instalándose muchos de los empresarios que llegan de todo el mundo. Hay más de 11.000 residentes extranjeros de un centenar de países. Entre ellos, iraquíes y afganos que han creado compañías de exportación, animados por las facilidades otorgadas por el Gobierno municipal, y fundado colegios en los que se enseña árabe. La mezquita, construida en 2004, acoge a más de 6.000 fieles durante la oración del viernes, y la oferta gastronómica es variada.

Muchos de los comerciantes musulmanes van a comer a la calle Chouzhou, en la que se suceden pared con pared restaurantes con nombres como Bagdad, Maedah, Al Arabi, Yousufu o The Pyramid. Sus cartas ofrecen suculentos platos de cordero, arroz con pasas y pinchos morunos. A sus puertas, algunos hombres fuman tabaco en narguile (pipa de agua).

"Mis clientes son de todo el mundo, Etiopía, Yemen, Somalia, Marruecos, India, Kuwait, Libia, Siria, Egipto, Francia", afirma Khaled Ali, de 24 años, dueño del restaurante yemení Saba, abierto en 2003. "A Yiwu vienen muchos musulmanes, así que mi padre pensó que sería bueno abrir un restaurante para ellos", dice, en medio del local abarrotado de comensales, casi exclusivamente hombres.

"El Gobierno quiere que los empresarios extranjeros se instalen aquí y abran empresas, y les facilita la vida. Concede visados sin problemas", afirma este joven yemení, nacido en Arabia Saudí, que lleva ocho años viviendo en China. Su familia tiene otro restaurante en Guangzhou. En la televisión, resuenan las noticias de una cadena árabe.


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Cómo construir una economía 'verde'

Sabemos cómo frenar el calentamiento de la Tierra, y los costes son asumibles. Hace falta voluntad política, según expone el premio Nobel de Economía de 2008
PAUL KRUGMAN 25/04/2010
Si escuchan a los climatólogos -y a pesar de la implacable campaña para desacreditar su trabajo, deberían escucharlos-, hace ya mucho que habría que haber hecho algo respecto a las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Aseguran que, si seguimos como hasta ahora, nos enfrentamos a una subida de las temperaturas mundiales que será poco menos que apocalíptica. Y para evitar ese Apocalipsis tenemos que acostumbrar a la economía a dejar de usar combustibles fósiles, sobre todo carbón.

¿Pero es posible realizar recortes drásticos en las emisiones de gases de efecto invernadero sin destruir la economía? Al igual que el debate sobre el cambio climático, el debate sobre la economía climática tiene un aspecto muy distinto visto desde dentro, en comparación con el aspecto que suele tener en los medios de comunicación populares. El lector ocasional podría tener la impresión de que hay dudas reales sobre si las emisiones pueden reducirse sin infligir un daño grave a la economía. De hecho, una vez que uno filtra las interferencias generadas por los grupos de presión, descubre que los economistas medioambientales en general coinciden en que con un programa basado en el mercado para hacer frente a la amenaza del cambio climático -uno que limite las emisiones poniéndoles un precio- se pueden obtener grandes resultados con un coste módico, aunque no despreciable. Sin embargo, hay mucho menos consenso en cuanto a la rapidez con la que deberíamos actuar, si los esfuerzos de conservación importantes deben ponerse en marcha casi de inmediato o intensificarse gradualmente a lo largo de muchas décadas.

En los párrafos siguientes presentaré un breve informe sobre la economía del cambio climático, o más exactamente, la economía de la reducción del cambio climático. Trataré de exponer los asuntos sobre los que hay un acuerdo amplio, así como aquellos que siguen siendo objeto de importantes disputas. Pero primero, una introducción a la economía básica de la protección medioambiental.

ECONOMÍA MEDIOAMBIENTAL 101

Si hay una única verdad fundamental en la economía, es esta: las transacciones entre personas mayores de edad generan beneficios mutuos. Si el precio consensuado de un artilugio es de 10 dólares y compro uno, debe de ser porque ese artilugio vale más de 10 dólares para mí. Si uno vende un artilugio a ese precio, debe de ser porque fabricarlo le cuesta menos de 10 dólares. Por tanto, comprar y vender en el mercado de los artilugios redunda en beneficio tanto de los compradores como de los vendedores. Es más, un análisis pormenorizado demuestra que si hay una competencia real en el mercado de los artilugios, de tal modo que el precio termine por hacer coincidir el número de artilugios que la gente quiere comprar con el de artilugios que otra gente quiere vender, la consecuencia es que los beneficios de productores y consumidores se maximizan. Los mercados libres son eficientes (lo que en jerga económica, al contrario que en el lenguaje coloquial, significa que nadie puede mejorar su situación sin empeorar la situación de otro).

Pero la eficiencia no lo es todo. En concreto, no hay razón para suponer que los mercados libres generarán un resultado que consideraremos justo o equitativo. De modo que el argumento de la eficiencia del mercado no dice nada sobre si deberíamos tener, por ejemplo, alguna forma de seguro sanitario garantizado, ayuda a los pobres y demás. Pero la lógica de la economía básica dice que deberíamos tratar de alcanzar objetivos sociales mediante intervenciones posmercado. Es decir, deberíamos dejar que los mercados cumplan su función, haciendo un uso eficiente de los recursos del país, y luego emplear los impuestos y las transferencias para ayudar a aquellos a quienes el mercado pasa por alto.

Pero, ¿y si un acuerdo entre personas mayores de edad supone un coste para personas que no forman parte del intercambio? ¿Qué pasa si alguien fabrica un artilugio y yo lo compro, con beneficios para ambos, pero el proceso de producir ese artilugio conlleva verter residuos tóxicos en el agua potable de otras personas? Cuando hay "efectos externos negativos" -costes que los agentes económicos imponen a otros sin pagar un precio por sus acciones- se esfuma cualquier suposición de que la economía de mercado, si se la deja a su aire, hará lo que debe. Entonces, ¿qué hacemos? La economía medioambiental trata de dar respuesta a esa pregunta.

Un modo de hacer frente a los efectos externos negativos es dictar normas que prohíban o al menos limiten los comportamientos que impongan costes especialmente altos a otros. Eso es lo que hicimos durante la primera gran oleada de legislación medioambiental a principios de los años setenta: se exigió que los coches cumpliesen unas normas sobre las emisiones de los compuestos que provocan la niebla tóxica, se exigió a las fábricas que limitasen el volumen de residuos que vertían a los ríos, y así sucesivamente. Y ese método dio sus frutos; el aire y el agua de Estados Unidos se volvieron mucho más limpios durante las décadas siguientes.

Pero aunque la regulación directa de las actividades contaminantes tiene sentido en algunos casos, es enormemente defectuosa en otros, porque no deja ningún margen para la flexibilidad o la creatividad. Pensemos en el mayor problema medioambiental de los años ochenta: la lluvia ácida. Resultó que las emisiones de dióxido de azufre de las centrales eléctricas tendían a combinarse con el agua siguiendo la dirección del viento y a generar ácido sulfúrico, que destruía la flora (y la fauna). En 1977, el Gobierno hizo su primer intento de abordar el problema y recomendó que todas las centrales nuevas alimentadas con carbón tuviesen depuradoras que eliminasen el dióxido de azufre de sus emisiones. Imponer una norma estricta a todas las centrales era problemático, porque modernizar algunas centrales más antiguas habría resultado extremadamente caro. Sin embargo, al regular únicamente las centrales nuevas, el Gobierno desaprovechó la oportunidad de lograr un control de la contaminación bastante barato en centrales que eran, de hecho, fáciles de modernizar. Salvo mediante una adquisición federal de facto del sector eléctrico, con funcionarios federales dictando instrucciones específicas para cada central, ¿cómo podía resolverse este dilema?

Entra en escena Arthur Cecil Pigou, un catedrático británico de principios del siglo XX cuyo libro de 1920, The economics of welfare (La economía del bienestar), suele considerarse la base de la economía medioambiental.

Aunque en cierto modo resulte sorprendente, teniendo en cuenta su actual condición de padrino de la ciencia medioambiental altamente desarrollada desde un punto de vista económico, Pigou no hizo verdaderamente hincapié en el problema de la contaminación. Más que centrarse en, por ejemplo, la famosa niebla de Londres (en realidad, niebla tóxica acre, provocada por millones de fuegos de carbón), abría su disertación con un ejemplo que debió de parecer cursi incluso en 1920, un caso hipotético en el que "las actividades de conservación de la caza menor de un ocupante conllevan la invasión de las tierras de un ocupante vecino por los conejos". Pero da igual. Lo que Pigou enunciaba era un principio: las actividades económicas que imponen costes no recíprocos a otras personas no siempre deben prohibirse, pero deben desaconsejarse. Y la forma correcta de frenar una actividad, en la mayoría de los casos, es ponerle un precio. Por eso, Pigou proponía que las personas que generan efectos externos negativos pagasen una cuota que reflejara los costes que imponen a otros (lo que ha llegado a conocerse como impuesto pigouviano). La versión más simple del impuesto pigouviano es una cuota sobre las aguas residuales: cualquiera que vierta contaminantes en un río, o los libere en el aire, debe pagar una suma proporcional a la cantidad vertida.

El análisis de Pigou quedó en gran parte olvidado durante casi un siglo, mientras los economistas dedicaban su tiempo a luchar contra problemas que parecían más acuciantes, como la Gran Depresión. Pero con el auge de la normativa medioambiental, los economistas desempolvaron a Pigou y empezaron a defender un planteamiento "basado en el mercado" que ofreciese al sector privado incentivos, por medio de los precios, para limitar la contaminación, en lugar de un remedio a base de "órdenes y control" que dictase instrucciones específicas en forma de normas.

La reacción inicial de muchos activistas medioambientales ante esta idea fue hostil, en gran parte por razones morales. Les parecía que la contaminación debía tratarse como un crimen, más que como algo que uno tiene derecho a hacer siempre que pague el dinero suficiente. Conflictos morales aparte, también había un escepticismo considerable en cuanto a si los incentivos mercantiles serían realmente eficaces para reducir la contaminación. Incluso, hoy, los impuestos pigouvianos tal como se idearon originalmente son relativamente raros. El ejemplo más provechoso que he podido encontrar es un impuesto holandés sobre los vertidos de agua que contienen materia orgánica.

La idea que sí ha cuajado, en cambio, es una variante que la mayoría de los economistas consideran más o menos equivalente: un sistema de permisos de emisiones comercializables, también conocido como tope y trueque. Según este modelo, se concede un número limitado de permisos para emitir un contaminante específico como el dióxido de azufre. Una empresa que quiera generar más contaminación de la que se le permite puede ir y comprar permisos adicionales de otras partes; una compañía que tenga más permisos de los que tiene intención de usar puede vender los que le sobran. Esto proporciona a todo el mundo un incentivo para reducir la contaminación, porque los compradores no tienen que adquirir tantos permisos si pueden recortar sus emisiones, y los vendedores pueden deshacerse de más permisos si hacen lo mismo. De hecho, desde un punto de vista económico, un sistema de tope y trueque produce los mismos incentivos para reducir la contaminación que un impuesto pigouviano, ya que, efectivamente, el precio de los permisos hace las veces de un impuesto sobre la contaminación.

En la práctica hay un par de diferencias importantes entre el tope y trueque y un impuesto sobre la contaminación. Una es que los dos sistemas generan tipos distintos de incertidumbre. Si el Gobierno establece un impuesto sobre la contaminación, los contaminadores saben qué precio tendrán que pagar, pero el Gobierno no sabe cuánta contaminación generarán. Si el Gobierno impone un tope, conoce la cantidad de contaminación, pero los contaminadores no saben cuál será el precio de las emisiones. Otra diferencia importante tiene que ver con los ingresos del Gobierno. Un impuesto sobre la contaminación es, bueno, un impuesto, el cual supone un coste para el sector privado mientras que genera ingresos para el Gobierno. El sistema de tope y trueque es un poco más complicado. Si el Gobierno se limita a emitir los permisos y recaudar los ingresos, entonces es exactamente igual que un impuesto. Sin embargo, el tope y trueque suele conllevar un intercambio de permisos entre los agentes existentes, por lo que los posibles ingresos van a parar a la industria en lugar de al Gobierno.

Desde el punto de vista político, repartir permisos entre la industria no es del todo malo, porque brinda un modo de compensar parcialmente a algunos de los grupos cuyos intereses sufrirían si se adoptase una política dura contra el cambio climático. Esto puede servir para que aprobar las leyes sea más factible.

Estas reflexiones políticas probablemente expliquen por qué la solución al dilema de la lluvia ácida adoptó la forma del tope y trueque y por qué los permisos para contaminar se distribuyeron gratuitamente entre las empresas eléctricas. También merece la pena señalar que el proyecto de ley Waxman-Markey, un sistema de tope y trueque para los gases de efecto invernadero que empieza concediendo muchos permisos al sector, pero saca a subasta un número creciente durante los años siguientes, fue de hecho aprobado por la Cámara de Representantes el año pasado; es difícil imaginar un impuesto generalizado sobre las emisiones que haga lo mismo durante muchos años.

Eso no significa que los impuestos sobre las emisiones no tengan ninguna posibilidad de éxito. Hace poco, algunos senadores han presentado una propuesta con una especie de solución híbrida, con tope y trueque para algunos sectores de la economía e impuestos sobre el carbono para otros (principalmente, el petróleo y el gas). La lógica política parece ser la de que el sector del petróleo piensa que los consumidores no le culparán por la subida de los precios si dichos precios reflejan un impuesto concreto.

En cualquier caso, la experiencia indica que el control de las emisiones basado en el mercado funciona. Nuestra historia reciente en relación con la lluvia ácida demuestra lo mismo. La Ley del Aire Limpio de 1990 introdujo un sistema de tope y trueque por el que las centrales eléctricas podían comprar y vender el derecho a emitir dióxido de azufre, y dejaba en manos de las empresas individuales la gestión de su actividad dentro de los nuevos límites. Como cabía esperar, con el paso del tiempo, las emisiones de dióxido de azufre de las centrales eléctricas se redujeron a casi la mitad, a un coste mucho más bajo de lo que incluso los optimistas esperaban; los precios de la electricidad bajaron en vez de subir. El problema de la lluvia ácida no desapareció, pero se redujo considerablemente. Se podría pensar que los resultados demostraban que podemos hacer frente a los problemas medioambientales cuando nos vemos obligados a hacerlo.

De modo que ahí lo tenemos, ¿no? La emisión de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero es un efecto externo negativo típico (el "mayor fallo del mercado que el mundo ha conocido jamás", en palabras de Nicholas Stern, autor de un informe sobre el tema para el Gobierno británico). La economía de los libros de texto y la experiencia del mundo real nos dicen que deberíamos tener políticas que desincentiven las actividades que generan efectos externos negativos y que, por lo general, es mejor depender de un enfoque basado en el mercado.

¿CLIMA DE DUDA?

Éste es un artículo sobre la economía del clima, no sobre la climatología. Pero antes de abordar la economía merece la pena aclarar tres cosas en relación con la situación del debate científico.

La primera es que, sin duda, el planeta se está calentando. La temperatura fluctúa y, en consecuencia, es bastante fácil encontrar un año inusualmente cálido en el pasado reciente, notar que ahora hace más frío y afirmar: "¡Ven, el planeta se está enfriando, no calentando!". Pero si se observan las pruebas como es debido -teniendo en cuenta las medias a lo largo de periodos lo bastante prolongados como para anular las fluctuaciones-, la tendencia ascendente es inequívoca: cada década sucesiva desde la de los setenta ha sido más cálida que la anterior.

En segundo lugar, los modelos climáticos predijeron esto con mucha antelación, e incluso adivinaron la magnitud del aumento de las temperaturas con bastante aproximación. Mientras que es relativamente fácil idear un análisis que haga coincidir datos conocidos, es mucho más complicado crear un modelo que prediga el futuro con exactitud. Así que el hecho de que los creadores de los modelos predijesen correctamente hace más de 20 años el calentamiento mundial futuro les da una enorme credibilidad.

Pero esa no es la conclusión que se podría extraer de los muchos informes de los medios de comunicación que se han centrado en asuntos como los mensajes de correo electrónico pirateados y los científicos que hablan de "hacer trampa" para "ocultar" una caída anómala en una serie de datos o expresan el deseo de que los artículos de los escépticos del cambio climático queden excluidos de las revisiones de investigación. La verdad, sin embargo, es que los supuestos escándalos se esfuman al analizarlos más de cerca, y solamente revelan que quienes investigan el clima también son seres humanos. Sí, los científicos procuran que sus resultados destaquen, pero no se ha suprimido ningún dato. Sí, a los científicos no les gusta que se publiquen trabajos que, en su opinión, crean deliberadamente confusión respecto a los problemas. ¿Qué tiene de extraño? No hay nada que dé a entender que no se deba seguir apoyando firmemente la investigación sobre el clima.

Y esto me lleva al tercer punto: los modelos basados en esta investigación indican que si seguimos añadiendo gases de efecto invernadero a la atmósfera como hasta ahora, terminaremos enfrentándonos a cambios drásticos en el clima. Seamos claros. No estamos hablando de unos cuantos días más de calor en verano y de un poco menos de nieve en invierno; estamos hablando de acontecimientos enormemente perjudiciales, como la transformación del suroeste de Estados Unidos en una zona de gran sequía permanente durante las próximas décadas.

Sin embargo, a pesar de la alta credibilidad de los creadores de los modelos climáticos, sigue existiendo una tremenda incertidumbre en sus previsiones a largo plazo. Pero, como veremos en breve, la incertidumbre es un argumento a favor de medidas más fuertes, no más débiles. De modo que el cambio climático exige pasar a la acción. ¿Es un programa de tope y trueque similar al modelo utilizado para reducir el dióxido de azufre el sistema adecuado?

La oposición seria al tope y trueque suele presentarse bajo dos formas: el argumento de que una acción más directa -en concreto, una prohibición de las centrales eléctricas alimentadas con carbón- sería más efectiva, y el de que un impuesto sobre las emisiones sería mejor que la comercialización de las emisiones. (Dejemos a un lado a quienes rechazan la ciencia del clima en su totalidad y se oponen a cualquier limitación de las emisiones de gases de efecto invernadero, así como a quienes se oponen al uso de cualquier clase de solución basada en el mercado). Hay argumentos a favor de cada una de esas propuestas, aunque no tantos como sus defensores creen.

En lo que respecta a la acción directa, uno puede argumentar que los economistas aman los mercados de manera insensata y excesiva, que están demasiado dispuestos a suponer que cambiar los incentivos económicos de la gente resuelve todos los problemas. En concreto, no es posible ponerle precio a algo a menos que se pueda medir con precisión, y eso puede ser complicado a la par que caro. Por eso, a veces, es mejor limitarse a establecer algunas normas básicas sobre lo que la gente puede y no puede hacer.

Fíjense en las emisiones de los coches, por ejemplo. ¿Podríamos o deberíamos cobrar a cada propietario de un coche una cuota proporcional a las emisiones de su tubo de escape? Desde luego que no. Habría que instalar caros equipos de control en cada coche y también habría que preocuparse por el fraude. Casi con certeza, es mejor hacer lo que de hecho hacemos, que es imponer normas sobre las emisiones a todos los coches.

¿Se puede exponer un razonamiento similar respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero? Mi reacción inicial, que sospecho que compartirían la mayoría de los economistas, es que la propia escala y complejidad de la situación requiere una solución basada en el mercado, ya sea el tope y trueque o un impuesto sobre las emisiones. Después de todo, los gases de efecto invernadero son un subproducto directo o indirecto de casi todo lo producido en una economía moderna, desde las casas en las que vivimos hasta los coches que conducimos. Para reducir las emisiones de esos gases será necesario lograr que la gente modificase su comportamiento de muchas maneras diferentes, algunas de ellas imposibles de identificar hasta que tengamos un dominio mucho mayor de la tecnología ecológica. Por tanto, ¿podemos realmente conseguir avances significativos diciéndole a la gente lo que está o no está concretamente permitido? Economía 101 nos dice -probablemente con acierto- que el único modo de conseguir que la gente cambie de comportamiento adecuadamente es ponerles un precio a las emisiones, de tal manera que este coste quede a su vez incorporado en todo lo demás de una forma que refleje los impactos medioambientales finales.

Cuando los compradores vayan a la frutería, por ejemplo, se encontrarán con que las frutas y las verduras que vienen de lejos tienen precios más altos que las locales, lo que será en parte un reflejo del coste de los permisos de emisión o impuestos pagados para enviar esos productos. Cuando las empresas decidan cuánto gastarse en aislamiento, tendrán en cuenta los costes de la calefacción y el aire acondicionado, que incluyen el precio de los permisos de emisión o los impuestos pagados por la generación de electricidad. Cuando las instalaciones eléctricas tengan que elegir entre distintas fuentes de energía, tendrán que tener en cuenta que el consumo de combustibles fósiles irá asociado a unos impuestos más altos o unos permisos más caros. Y así sucesivamente. Un sistema basado en el mercado crearía incentivos descentralizados para hacer lo correcto, y ésa es la única forma de hacerlo.

Dicho eso, podrían ser necesarias algunas normas específicas. James Hansen, el destacado climatólogo a quien se le debe atribuir gran parte del mérito de haber convertido el cambio climático en un problema prioritario, ha defendido enérgicamente que la mayor parte del problema del cambio climático se debe a una sola cosa, la combustión del carbón, y que hagamos lo que hagamos tenemos que dejar de quemar carbón de aquí a 20 años. Mi reacción como economista es que un canon caro disuadiría de usar carbón en cualquier caso. Pero es posible que un sistema basado en el mercado acabe teniendo lagunas, y las consecuencias serían terribles. Así que yo defendería que se complementasen las medidas disuasorias basadas en el mercado con controles directos del uso del carbón como combustible.

¿Y qué hay de la defensa de un impuesto sobre las emisiones en lugar de un sistema de tope y trueque? No cabe duda de que un impuesto directo tendría muchas ventajas frente a leyes como la de Waxman-Markey, que está llena de excepciones y situaciones especiales. Pero esa no es en realidad una comparación útil: por supuesto que un impuesto ideal sobre las emisiones tiene mejor aspecto que un sistema de tope y trueque que la Cámara ya ha aprobado con todas sus condiciones adicionales. La pregunta es si el impuesto sobre las emisiones que realmente podría aplicarse es mejor que el tope y trueque. No hay motivos para creer que lo sería; de hecho, no hay motivos para creer que un impuesto sobre las emisiones generalizado conseguiría la aprobación del Congreso.

Para ser justos, Hansen ha expuesto un interesante argumento moral contra el sistema de tope y trueque, uno mucho más elaborado que la vieja idea de que está mal permitir que quienes contaminan compren el derecho a contaminar. Hansen llama la atención sobre el hecho de que en un mundo de tope y trueque, las buenas acciones individuales no contribuyen a los objetivos sociales. Si uno opta por conducir un coche híbrido o comprar una casa con una huella de carbono pequeña, todo lo que está haciendo es liberar permisos de emisiones para otra persona, lo que significa que uno no ha hecho nada para reducir la amenaza del cambio climático. Tiene parte de razón. Pero el altruismo no puede resolver de forma efectiva el problema del cambio climático. Cualquier solución seria debe depender principalmente de la creación de un sistema que le dé a todo el mundo un motivo egoísta para generar menos emisiones. Es una lástima, pero el altruismo climático debe ponerse por detrás de la tarea de lograr que dicho sistema funcione.

La conclusión, por tanto, es que, aunque el cambio climático puede ser un problema muchísimo más grave que el de la lluvia ácida, la lógica de cómo responder ante él es en gran medida la misma. Lo que necesitamos son incentivos de mercado para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero -junto con algunos controles directos del uso del carbón-, y el sistema de tope y trueque es una forma razonable de crear esos incentivos.

¿Pero podemos permitirnos hacer eso? Y lo que es igual de importante, ¿podemos permitirnos no hacerlo?

EL PRECIO DE LA ACTUACIÓN

Del mismo modo que existe un consenso aproximado entre los creadores de los modelos climáticos en cuanto a la trayectoria probable de las temperaturas si no actuamos para recortar las emisiones de gases de efecto invernadero, hay un consenso aproximado entre los creadores de los modelos económicos en cuanto al precio de la actuación. Esa opinión general puede resumirse de la manera siguiente: limitar las emisiones frenará el crecimiento económico, pero no demasiado. La Oficina Presupuestaria del Congreso, basándose en un estudio de modelos, ha llegado a la conclusión de que la ley Waxman-Markey "reduciría la tasa media anual de crecimiento prevista del producto interior bruto entre 2010 y 2050 entre 0,03 y 0,09 puntos porcentuales". Es decir, en el peor de los casos, reduciría el crecimiento anual medio del 2,4% al 2,31%. Básicamente, la Oficina Presupuestaria llega a la conclusión de que unas medidas fuertes para abordar el cambio climático harían que la economía estadounidense fuese entre un 1,1% y un 3,4% más pequeña en 2050 de lo que lo sería sin ellas.

¿Y qué hay de la economía mundial? En general, los creadores de los modelos tienden a calcular que las políticas sobre cambio climático reducirían la producción mundial en un porcentaje algo menor que el correspondiente a Estados Unidos. El principal motivo es que las economías incipientes como China usan actualmente la energía de un modo bastante ineficiente, en parte como consecuencia de unas políticas nacionales que han mantenido los precios de los combustibles fósiles muy bajos, y por tanto podrían conseguir un gran ahorro energético a un precio módico. Una revisión reciente de los cálculos disponibles establece el coste de una política climática muy estricta -considerablemente más agresiva que la contemplada en las propuestas legislativas actuales- en un valor situado entre el 1% y el 3% del PIB.

Esas cifras suelen provenir de un modelo que combina todo tipo de cálculos procedentes de la ingeniería y del mercado. Entre ellos están, por ejemplo, los cálculos óptimos de los ingenieros sobre cuánto cuesta generar electricidad de distintas formas, a partir del carbón, el gas, la energía nuclear y la solar, con unos precios determinados de los recursos. A continuación se hacen cálculos, basados en la experiencia histórica, sobre cuánto recortarían los consumidores su consumo de electricidad si su precio subiese. El mismo proceso se sigue con otras fuentes de energía, como el carburante. Y el modelo supone que todo el mundo opta por la mejor alternativa en función del contexto económico; que los generadores de energía eligen las formas menos caras de producir electricidad, mientras que los consumidores conservan la energía siempre que el dinero que ahorren al comprar menos electricidad supere el coste de usar menos electricidad en forma de otro gasto o de pérdida de comodidad. Después de todos estos análisis, resulta posible predecir cómo los productores y los consumidores de energía reaccionarán ante políticas que les pongan un precio a las emisiones, y qué coste final tendrán esas reacciones para la economía en su conjunto.

Naturalmente, hay casos en los que esta clase de modelo podría equivocarse. Muchos de los cálculos subyacentes son necesariamente especulativos hasta cierto punto; por ejemplo, nadie sabe realmente lo que costará la energía solar una vez que finalmente se convierta en una opción a gran escala. También hay motivos para dudar de la suposición de que la gente realmente toma las decisiones correctas: muchos estudios han descubierto que los consumidores no eran capaces de tomar medidas para ahorrar energía, como mejorar el aislamiento, aun cuando podrían ahorrar dinero si lo hicieran.

Pero, aunque sea improbable que estos modelos acierten en todo, está bien que, en vez de infravalorarlos, exageren los costes económicos de las medidas para abordar el cambio climático. Eso es lo que la experiencia del programa de tope y trueque para la lluvia ácida indica: los costes resultaron estar bastante por debajo de las predicciones iniciales. Y en general, lo que los modelos no tienen ni pueden tener en cuenta es la creatividad; sin duda, frente a una economía en la que hay grandes recompensas monetarias por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, el sector privado encontrará formas de limitar las emisiones que todavía no están en ningún modelo.

Sin embargo, lo que oímos decir a los conservadores que se oponen a la política sobre cambio climático es que cualquier intento de limitar las emisiones sería económicamente devastador. La Fundación Heritage, por ejemplo, respondió a los cálculos de la Oficina Presupuestaria sobre la ley Waxman-Markey con un largo texto titulado "La OPC subestima enormemente los costes del sistema de tope y trueque". Los efectos reales, según la fundación, serían ruinosos para las familias y la creación de empleo.

Esta reacción -este pesimismo exagerado respecto a la capacidad de la economía para sobrellevar el tope y trueque- choca frontalmente con la retórica conservadora. Al fin y al cabo, los conservadores modernos dan muestras de una profunda y casi mística confianza en la efectividad de los incentivos mercantiles (a Ronald Reagan le gustaba hablar de la "magia del mercado"). Creen que el sistema capitalista puede hacer frente a todo tipo de limitaciones, que la tecnología, por ejemplo, puede superar fácilmente cualquier restricción impuesta al crecimiento por las reservas limitadas de petróleo o de otros recursos naturales. Pero ahora afirman que este mismo sector privado es absolutamente incapaz de soportar una limitación de las emisiones generales, aun cuando dicho tope funcionaría, desde el punto de vista del sector privado, de forma muy similar al suministro de un recurso limitado, como la tierra. ¿Por qué no creen que el dinamismo del capitalismo le inducirá a encontrar modos de arreglárselas en un mundo de emisiones de carbono reducidas? ¿Por qué piensan que el mercado pierde su magia en cuanto se invocan los incentivos mercantiles en favor de la conservación?

Está claro que los conservadores abandonan toda su fe en la capacidad de los mercados para adaptarse a la política sobre cambio climático porque no quieren que el Gobierno intervenga. Su pesimismo declarado respecto al coste de la política climática es esencialmente una estratagema política más que una opinión económica razonada. Lo que los delata es la marcada tendencia que tienen los conservadores que se oponen al tope y trueque a argumentar de mala fe. El extenso documento de la Fundación Heritage acusa a la Oficina Presupuestaria del Congreso de cometer errores lógicos elementales, pero si uno lee de hecho el informe de la oficina, está claro que la fundación lo está malinterpretando intencionadamente. Los políticos conservadores han sido aún más descarados. El Comité Nacional Republicano del Congreso, por ejemplo, publicó varios comunicados de prensa citando específicamente un estudio del Massachusetts Institute of Technology (MIT en sus siglas en inglés) como base para afirmar que el tope y trueque costaría 3.100 dólares a cada familia, a pesar de los repetidos intentos por parte de los autores del estudio de aclarar que la cifra real representaba aproximadamente sólo una cuarta parte de eso.

La verdad es que no hay investigaciones creíbles que indiquen que tomar medidas enérgicas contra el cambio climático esté fuera de las posibilidades de la economía. Incluso si uno no confía plenamente en los modelos -y no debería hacerlo-, la historia y la lógica indican que los modelos exageran, no subestiman, los costes de la actuación climática. Podemos permitirnos hacer algo respecto al cambio climático.

Pero eso no equivale a decir que debamos hacerlo. La actuación tendrá costes, y éstos deben compararse con los de la falta de actuación. Sin embargo, antes de llegar a ese punto, permítanme tocar un tema que se volverá esencial si realmente ponemos en marcha la política climática: cómo lograr que el resto del mundo nos acompañe en el esfuerzo.

EL SÍNDROME DE CHINA

Estados Unidos sigue siendo la mayor economía del mundo, lo que convierte al país en una de las mayores fuentes de gases de efecto invernadero. Pero no es la mayor. China, que quema mucho más carbón por dólar del producto interior bruto que Estados Unidos, lo superó según ese criterio hace unos tres años. En general, los países desarrollados -el club de los ricos del que forman parte Europa, América del Norte y Japón- son responsables de solamente la mitad más o menos de las emisiones de efecto invernadero, y esa es una fracción que se reducirá con el paso del tiempo. En resumen, no puede haber una solución para el cambio climático a menos que el resto del mundo, y las economías incipientes en particular, participen de forma importante.

Invariablemente, quienes se resisten a hacer frente al cambio climático señalan la naturaleza mundial de las emisiones como motivo para no actuar. Limitar las emisiones de Estados Unidos no servirá de mucho, sostienen, si China y otros no nos acompañan en el esfuerzo. Y subrayan la obstinación de China en las negociaciones de Copenhague como prueba de que otros países no cooperarán. De hecho, las economías incipientes consideran que tienen derecho a emitir libremente sin preocuparse por las consecuencias (eso es lo que los países que hoy son ricos pudieron hacer durante siglos). No es posible conseguir una cooperación mundial en relación con el cambio climático, prosigue el argumento, y eso significa que no tiene sentido tomar ninguna medida en absoluto.

Para quienes piensan que tomar medidas es esencial, la pregunta correcta es cómo convencer a China y a otros países emergentes de que participen en la limitación de las emisiones. Las zanahorias, o incentivos positivos, son una respuesta. Imaginen que se establecen sistemas de tope y trueque en China y Estados Unidos (pero permitiendo el trueque internacional de los permisos, de manera que las empresas chinas y estadounidenses puedan comprar y vender los derechos de emisiones). Al establecer topes generales a niveles pensados para garantizar que China nos venda un número considerable de permisos, estaríamos de hecho pagando a China para que recortase sus emisiones. Dado que las pruebas indican que el coste de recortar las emisiones sería más bajo en China que en Estados Unidos, esto podría ser un trato ventajoso para todos.

¿Pero qué pasa si los chinos (o los indios, o los brasileños, etcétera) no quieren participar en dicho sistema? Entonces hacen falta tanto varas como zanahorias. En concreto, hacen falta aranceles sobre el carbono.

Un arancel sobre el carbono sería un impuesto sobre los productos importados proporcional al carbón emitido al fabricar dichos productos. Supongamos que China se niega a reducir las emisiones, mientras que Estados Unidos adopta unas políticas que establecen un precio de 100 dólares por cada tonelada de emisiones de carbono. Si Estados Unidos impusiese ese arancel sobre el carbono, cualquier envío de productos chinos a Estados Unidos cuya producción conllevase la emisión de una tonelada de carbono estaría gravado con un impuesto de 100 dólares que se añadirían a cualquier otro impuesto. Esos aranceles, si fuesen impuestos por los actores más importantes -probablemente Estados Unidos y la Unión Europea-, ofrecerían a los países que no cooperan un incentivo considerable para que se replanteasen su postura.

A la objeción de que una política así sería proteccionista, una violación de los principios del libre comercio, una posible respuesta es: ¿y qué? Mantener los mercados mundiales abiertos es importante, pero evitar una catástrofe planetaria es mucho más importante. Sin embargo, se puede argumentar de todos modos que los aranceles sobre el carbono entran dentro de las normas de las relaciones comerciales normales. Siempre que el arancel impuesto al contenido de carbono de las importaciones sea comparable al precio de los permisos de carbono nacionales, la consecuencia es cobrar a los consumidores un coste que refleja el carbono emitido en lo que compran, independientemente de dónde se fabrique. Eso debería ser legal según las normas del comercio internacional. De hecho, hasta la Organización Mundial del Comercio, que se encarga de supervisar las políticas comerciales, ha publicado un estudio que indica que los aranceles sobre el carbono serían aceptables.

Huelga decir que las negociaciones reales para lograr que se coopere y se actúe a escala mundial contra el cambio climático serían mucho más complejas y tendenciosas de lo que esta exposición da a entender. Pero el problema no es tan inabordable como se suele afirmar. Si Estados Unidos y Europa decidiesen tomar medidas sobre política climática, casi seguro que serían capaces de engatusar y presionar al resto del mundo para que se una al esfuerzo. Podemos hacerlo.

EL PRECIO DE LA FALTA DE ACTUACIÓN

En los debates públicos, los escépticos del cambio climático han ganado terreno claramente durante los dos últimos años, aun cuando últimamente se ha visto que es probable que 2010 sea el año más caluroso de los registrados. Pero los propios creadores de los modelos climáticos se sienten cada vez más pesimistas. Lo que antes eran las peores situaciones posibles se han convertido en previsiones de partida, y algunas organizaciones han duplicado sus predicciones sobre el aumento de la temperatura en el transcurso del siglo XXI. Tras este nuevo pesimismo se oculta una preocupación cada vez mayor por los efectos de acoplamiento (por ejemplo, la liberación de metano, un importante gas de efecto invernadero, desde los lechos marinos y la tundra, a medida que el planeta se calienta).

En estos momentos, las previsiones sobre el cambio climático, suponiendo que sigamos como hasta ahora, se agrupan en torno al cálculo de que en 2100 las temperaturas medias serán unos cinco grados centígrados más altas de lo que lo eran en 2000. Eso es mucho (equivale a la diferencia de las temperaturas medias de Nueva York y el centro del Estado de Misisipi). Un cambio tan grande sería enormemente perjudicial. Y los problemas no terminarían aquí: las temperaturas seguirían subiendo.

Además, los cambios en la temperatura media no serán ni mucho menos la única alteración. Los patrones de precipitación cambiarán, y algunas regiones se volverán mucho más húmedas, y otras, mucho más secas. Muchos creadores de modelos también predicen tormentas más intensas. El nivel de los océanos subirá, y el impacto se verá intensificado por esas tormentas: la inundación costera, que ya es una fuente importante de desastres naturales, se volvería mucho más frecuente y grave. Y podría haber cambios drásticos en el clima de algunas regiones a medida que las corrientes oceánicas se modifiquen. Siempre merece la pena tener en cuenta que Londres tiene la misma latitud que Labrador; sin la corriente del Golfo, Europa Occidental apenas sería habitable.

Aunque un clima más cálido podría tener algunas ventajas, parece casi seguro que un trastorno de esta magnitud haría que Estados Unidos, y el mundo en su conjunto, fuese más pobre de lo que lo sería en otras circunstancias. ¿Cuánto más pobre? Si la nuestra fuese una sociedad preindustrial y principalmente agrícola, el cambio climático radical sería evidentemente catastrófico. Pero tenemos una economía avanzada, del tipo que históricamente ha demostrado tener gran capacidad para adaptarse a circunstancias cambiantes. Si esto suena parecido a mi argumento sobre que los costes de los límites de las emisiones serían soportables, así debe ser: la misma flexibilidad que debería permitirnos soportar unos precios del carbono mucho más altos también debería ayudarnos a hacer frente a una temperatura media algo más alta.

Pero hay al menos dos motivos para tomarse con precaución las valoraciones positivas de las consecuencias del cambio climático. Uno es que, como acabo de señalar, no se trata sólo de tener un clima más cálido: muchos de los costes del cambio climático es probable que se deban a las sequías, las inundaciones y las tormentas fuertes. El otro es que, mientras que las economías modernas pueden ser enormemente adaptables, a los ecosistemas puede que no les suceda lo mismo. La última vez que la Tierra experimentó un calentamiento cuyo ritmo era similar al que ahora esperamos fue durante el máximo térmico del Paleoceno-Eoceno, hace unos 55 millones de años, cuando las temperaturas aumentaron unos seis grados centígrados en el transcurso de unos 20.000 años (lo cual es un ritmo mucho más lento que el del calentamiento actual). Esa subida estuvo unida a extinciones masivas, lo cual, por decirlo suavemente, probablemente no sería bueno para el nivel de vida.

De modo que, ¿cómo podemos ponerle un precio a los efectos del calentamiento global? Los cálculos más citados, como los del Modelo Dinámico Integrado de Clima y Economía, conocido como DICE por sus siglas en inglés y empleado por William Nordhaus, de Yale, y sus compañeros, dependen de unas elaboradas conjeturas para atribuir un valor a los efectos negativos del calentamiento global para algunos sectores cruciales, especialmente la agricultura y la protección costera, y luego tratar de dejar cierto margen para otras posibles repercusiones. Nordhaus ha sostenido que un aumento de la temperatura mundial de 2,5 grados centígrados -que era antes la previsión aceptada para 2100- reduciría el producto mundial bruto en algo menos del 2%. ¿Pero qué pasaría si, como indica un número cada vez mayor de modelos, el aumento real de la temperatura fuese el doble? Nadie sabe realmente cómo hacer esa extrapolación. Acierte o no, el modelo de Nordhaus calcula que las pérdidas debidas a un aumento de cinco grados serían de alrededor del 5% del producto bruto mundial. Sin embargo, muchos críticos han sostenido que el coste sería mucho más alto.

A pesar de la incertidumbre, resulta tentador hacer una comparación directa entre las pérdidas calculadas y los cálculos de lo que costarían las políticas climáticas: el cambio climático reducirá el producto mundial bruto en un 5%; detenerlo costará el 2%, así que, adelante. Desgraciadamente, los cálculos no son tan sencillos por al menos cuatro motivos.

Primero, ya se está cociendo un considerable calentamiento global como consecuencia de las emisiones del pasado y porque, incluso con unas medidas fuertes contra el cambio climático, lo más probable es que la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera siga aumentando durante muchos años. Por tanto, incluso si los países de todo el mundo consiguen frenar el cambio climático, seguiremos teniendo que pagar por nuestra falta de actuación inicial. Como consecuencia, los cálculos de las pérdidas de Nordhaus pueden superar a los beneficios de la actuación.

Segundo, los costes económicos de los límites de las emisiones empezarían a producirse en cuanto la política entrase en vigor y, según la mayoría de las propuestas, serían considerables dentro de unos 20 años. Por otra parte, si no actuamos, los grandes costes probablemente llegarían a finales de este siglo (aunque algunas cosas, como la transformación del suroeste de Estados Unidos en una zona desértica, podrían llegar mucho antes). Así que la forma de comparar esos costes depende de cómo se valoren los costes en el futuro lejano en relación con los costes que se presentarán mucho antes.

Tercero, y yendo en dirección contraria, si no tomamos medidas, el calentamiento global no se detendrá en 2100: las temperaturas, y las pérdidas, seguirán aumentando. De modo que si uno le da importancia al futuro muy, muy lejano, las razones para actuar son más sólidas de lo que incluso los cálculos para 2100 dan a entender.

Por último, está el importantísimo problema de la incertidumbre. No sabemos a ciencia cierta la magnitud del cambio climático, lo cual es inevitable, porque hablamos de alcanzar niveles de dióxido de carbono en la atmósfera que no se han visto en millones de años. La reciente duplicación de las cifras previstas para 2100 por muchos modelos es en sí misma una muestra del alcance de esa incertidumbre; quién sabe qué revisiones podrían producirse en los próximos años. Aparte de eso, nadie sabe realmente cuánto daño causaría un aumento de las temperaturas del calibre que ahora se considera probable.

Podrían pensar que esta incertidumbre debilita el argumento en favor de la actuación, pero en realidad lo refuerza. Como ha sostenido Martin Weitzman, de Harvard, en varios artículos influyentes, si hay una posibilidad significativa de que se produzca una catástrofe absoluta, esa posibilidad -más que la cuestión de qué es más probable que suceda- debería dominar los cálculos de los costes frente a los beneficios. Y la de la catástrofe absoluta sí que parece una posibilidad realista, aun cuando no sea el resultado más probable.

Weitzman sostiene -y yo estoy de acuerdo- que este riesgo de una catástrofe, más que los detalles de los cálculos de los costes frente a los beneficios, es el argumento más poderoso a favor de una política climática rigurosa. Las previsiones actuales sobre el calentamiento global en ausencia de medidas para combatirlo están demasiado cerca de las clases de cifras que se asocian a las peores de las perspectivas. Sería irresponsable -resulta tentador decir que criminalmente irresponsable- no alejarse de lo que muy fácilmente podría resultar ser el borde de un precipicio.

Aun así, eso abre un gran debate sobre la velocidad de las actuaciones.

LA RAMPA CONTRA EL 'BIG BANG'

Los economistas que analizan las políticas climáticas coinciden en algunos puntos clave. Hay un amplio consenso en cuanto a que tenemos que poner precio a las emisiones de carbono, y que este precio debe terminar siendo muy alto, pero que los efectos económicos negativos de esta política tendrán una magnitud abarcable. En otras palabras, podemos y debemos actuar para limitar el cambio climático. Pero hay un debate encarnizado entre los analistas expertos respecto al ritmo, la rapidez con que los precios del carbono deben subir hasta niveles significativos.

Por una parte están los economistas que llevan muchos años trabajando en los llamados modelos de evaluación integrada, que combinan modelos de cambio climático con modelos que describen tanto el daño debido al calentamiento global como los costes debidos al recorte de las emisiones. En su mayor parte, el mensaje de estos economistas es una especie de versión para el cambio climático de la famosa plegaria de san Agustín: "Dame castidad y continencia, pero no ahora". Así, el modelo DICE de Nordhaus afirma que el precio de las emisiones de carbono subirá finalmente hasta más de 200 dólares por tonelada, en la práctica más del cuádruple del coste del carbón, pero que la mayor parte de ese aumento debería llegar a finales de este siglo, y que la mucho más modesta tasa inicial debería ser de 30 dólares por tonelada. Nordhaus llama "rampa de la política climática" a esta recomendación de una política que se intensifica poco a poco durante un largo periodo.

Por otra parte, hay algunos más recientemente llegados al campo que trabajan con modelos similares, pero que llegan a conclusiones diferentes. El más conocido, Nicholas Stern, un economista de la London School of Economics, defendía en 2006 una actuación rápida y agresiva para limitar las emisiones, lo que muy probablemente conllevaría unos precios del carbono mucho más altos. Esta postura alternativa no parece tener un nombre consensuado, así que permítanme llamarla "big bang de la política climática".

Me resulta más fácil encontrarles el sentido a los argumentos si pienso en las políticas para reducir las emisiones de carbono como en una especie de proyecto de inversión pública: uno paga un precio ahora y obtiene unos beneficios en forma de un planeta menos dañado más tarde. Y cuando digo más tarde, me refiero a mucho más tarde; las emisiones de hoy influirán sobre la cantidad de carbono en la atmósfera durante décadas y posiblemente siglos futuros. Así que si quieren evaluar si merece la pena hacer una inversión determinada en la reducción de las emisiones tienen que calcular el daño que hará una tonelada adicional de carbono en la atmósfera no sólo este año, sino dentro de un siglo o más; y también tienen que decidir cuánta importancia le atribuyen a un daño que tardará mucho tiempo en materializarse.

Los defensores de la política rampa sostienen que el daño hecho por una tonelada adicional de carbono en la atmósfera es bastante bajo con las concentraciones actuales; el coste no será realmente grande hasta que haya mucho más dióxido de carbono en el aire, y eso no sucederá hasta finales de este siglo. Y sostienen que unos costes tan lejanos en el tiempo no deberían tener una gran influencia sobre la política actual. Señalan los tipos de rendimiento del mercado, que indican que los inversores dan poca importancia a los beneficios o pérdidas que experimentarán en un futuro lejano, y argumentan que las políticas oficiales, incluidas las políticas climáticas, deberían hacer lo mismo.

Los defensores del big bang sostienen que el Gobierno debería tener mucha más perspectiva que los inversores privados. Stern, concretamente, defiende que los responsables políticos deberían dar la misma importancia al bienestar de las generaciones futuras que al de las actuales. Además, los defensores de la acción rápida sostienen que el daño debido a las emisiones podría ser mucho mayor de lo que indican los análisis de la política rampa, ya sea porque las temperaturas globales son más sensibles a las emisiones de efecto invernadero de lo que se creía, o porque el daño económico debido a una gran subida de las temperaturas es mucho mayor de lo que afirman los cálculos aproximados de los modelos rampa.

Como economista profesional, este debate me resulta doloroso. Hay personas inteligentes y bienintencionadas en ambos lados -algunos de ellos, como suele ocurrir, viejos amigos y mentores míos-, y ambos lados se han apuntado algunos tantos importantes. Desgraciadamente, no podemos declarar un empate honorable, porque hay que tomar una decisión.

Personalmente, me inclino por la opinión del big bang. El argumento moral de Stern a favor de amar a las generaciones no nacidas igual que nos amamos a nosotros mismos puede resultar demasiado fuerte, pero se puede argumentar convincentemente que la política pública debe tener una perspectiva mucho más amplia que la de los mercados privados. Y lo que es más importante, las recomendaciones de la política rampa se parecen demasiado a la realización de un experimento muy arriesgado con el planeta entero. La política preferida por Nordhaus, por ejemplo, estabilizaría la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera a un nivel que es aproximadamente el doble de la media preindustrial. Según su modelo, esto sólo tendría unas consecuencias moderadas para el bienestar mundial; ¿pero hasta qué punto podemos confiar en esto? ¿Cómo podemos estar seguros de que esta clase de cambios en el medio ambiente no conduciría a una catástrofe? No lo bastante seguros, diría yo, especialmente porque, como he señalado antes, los creadores de modelos climáticos han elevado radicalmente sus cifras aproximadas de calentamiento futuro en tan sólo los dos últimos años.

Así que, básicamente, me quedo con el argumento de Martin Weitzman: la probabilidad no insignificante de un desastre absoluto es la que debe dominar nuestro análisis político. Y eso es un argumento a favor de las medidas agresivas para frenar las emisiones ya.

LA ATMÓSFERA POLÍTICA

Como he mencionado, la Cámara de Representantes de Estados Unidos ya ha aprobado el proyecto de ley Waxman-Markey, una legislación bastante sólida destinada a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. No es tan radical como lo que proponen los defensores del big bang, pero sus medidas parecen más rápidas que las propuestas por la política rampa. Pero la votación de la ley Waxman-Markey que se celebró el pasado junio puso de manifiesto la clara división que existe en el Congreso. Tan sólo 8 republicanos votaron a favor, mientras que 44 demócratas votaron en contra. Y todo indica que no se aprobaría si tuviese que ser sometido a votación hoy.

Las perspectivas en el Senado, donde hacen falta 60 votos para que se aprueben la mayoría de las leyes, son aún peores. Algunos senadores demócratas, representantes de Estados agrícolas y productores de energía, han hecho declaraciones en contra del sistema de tope y trueque (la agricultura estadounidense moderna es una gran consumidora de energía). En el pasado, algunos senadores republicanos han apoyado el tope y trueque. Pero con el partidismo en auge, la mayoría de ellos ha cambiado de tono. El cambio de actitud más sorprendente ha sido el de John McCain, que tuvo un papel protagonista en la promoción del tope y trueque y presentó un proyecto de ley similar al de Waxman-Markey en 2003. Hoy, McCain desprecia la idea en sí llamándola "tope e impuesto", para consternación de sus ex ayudantes.

Ah, y un invierno muy nevado en la Costa Este de Estados Unidos les ha brindado a los escépticos del cambio climático una buena oportunidad, aun cuando a escala mundial éste ha sido uno de los inviernos más cálidos que se han registrado.

Por tanto, las perspectivas inmediatas de las actuaciones climáticas no parecen prometedoras, a pesar del esfuerzo constante de tres senadores -Kerry, Lieberman y Graham- por presentar una propuesta negociada. (Tienen previsto presentar una ley a finales de este mes). Pero el problema no va a desaparecer. Es bastante probable que las temperaturas récord que el mundo situado fuera de Washington ha conocido en lo que llevamos de año continúen, lo que privaría a los escépticos de uno de sus principales argumentos. Y en un sentido más general, dados los vaivenes de la política estadounidense en los últimos años -desde 2005, la creencia generalizada ha pasado del dominio republicano permanente al dominio demócrata permanente y a Dios sabe qué-, tiene que haber una posibilidad real de que renazca el apoyo político a la actuación contra el cambio climático.

Si lo hace, el análisis económico estará preparado. Sabemos cómo limitar las emisiones de gases de efecto invernadero. Tenemos un buen conocimiento de los costes, y son asumibles. Todo lo que necesitamos ahora es la voluntad política. -


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